'The Big C' T4: epílogo a la muerte

"Hereafter", el "más allá" en castellano, bajo ese título nos ha presentado Showtime la última temporada de 'The Big C', compuesta por cuatro capítulos más largos de lo habitual. La serie de Laura Linney lo ha tenido difícil para recuperar la senda de las dos primeras temporadas, tras la prescindible tercera temporada, 'The Big C' ha sacado contenido de donde no lo había para despedir la ficción de una manera decente.

El año pasado parecía que Cathy había perdido su esencia, pero en estos últimos capítulos, en forma de epílogo, nos vuelve a sorprender con la irrupción de la C mayúscula. La serie deja a un lado las tramas a medio gas con las que amenizaron la tercera etapa del serial para centrarse en lo importante, la razón por la que Showtime nos reunió hace aproximadamente tres años, el cáncer de Cathy y su humor negro.

Es la primera vez, que yo recuerde, que una comedia se centra en el cáncer de su personaje principal para acercarnos de una manera ácida la dichosa enfermedad. Una nueva forma de mirar de frente a la enfermedad, sin perder el respeto hacia los que la sufren de manera directa o indirecta. La familia Jamison se enfrenta a una situación difícil, y el personaje de Linney no se lo pone nada fácil a sus allegados, ya que deja ver sin tapujos su comportamiento egocéntrico y autoritario en más de una ocasión.

Con todo, Cathy es uno de los personajes mejor construidos de los últimos tiempos, pese a tener poca empatía con sus allegados, o incluso con gran parte de los seguidores del serial, ella ha pasado por todos los estados de ánimo habidos y por haber, y a veces lo ha hecho en una misma escena, ¿no derramasteis ninguna lágrima acompañada de alguna risilla en la primera etapa de 'The Big C'? Debo reconocer que yo lo hice, y no solo una vez.

La facilidad con la que la protagonista pasa de la alegría al llanto, su ilusión por buscar una alternativa a la medicación tradicional que no le hace efecto o su decisión a la hora de rendirse ante el cáncer son pequeños momentos que 'The Big C' los convierte en grandes. Como cuando Cathy no duda en soltar algunos de sus speech políticamente incorrectos sobre la muerte o la decisión de "rendirse" ante la enfermedad. Grande.

Nos hemos quedado huérfanos, pero no solo por la esperada marcha de Cathy, también por el futuro del resto de personajes, que queda en el aire. Adam se gradúa de una forma poco creíble, pero necesaria para cerrar con optimismo la difícil relación de éste con su madre; Sean y sus actos heroicos, ¿dónde le llevarán?; la nueva y repentina carrera de Andrea (mejor alejada de su alter ego Ababuo); o Paul, el desastroso padre de familia que necesitará pronto a otra mujer a su lado, y hasta en eso ha querido entrometerse nuestra Cathy.

Pero lo mejor de 'The Big C' no eran sus personajes, tampoco su protagonista ni las tramas en general, sino sus diálogos, estrictamente los de Cathy. Los guionistas han hecho una gran labor con las intervenciones de Laura Linney, haciéndola merecedora de un Emmy o lo que se le antoje, es poco probable que eso ocurra, pero merecedora sí que es.

Los minutos finales de 'The Big C' no llenan la pantalla como debería, Cathy se va sin hacer ruido, de manera sigilosa y sin dosis ultraexageradas de drama, porque la ficción continúa siendo una comedia hasta el último momento, a pesar de los ramalazos dramáticos inevitables.

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