Otra edición más de '
Gran Hermano' que llega a su fin, y ya llevamos doce, y con aspiraciones de seguir aumentando el número. Pero antes de mirar al futuro, vamos a centrarnos en la recién terminada duodécima edición, en la que
los protagonistas indiscutibles han sido los 'totitos' Laura y Marcelo.
Sería injusto para el resto de participantes decir que este año todas las miradas han ido a parar a la nueva pareja de moda, o que realmente han sido los únicos protagonistas de una edición sin sal, con poco que contar y casi nada que comentar.
No seré yo quien defienda la actitud de Laura, merecedora del primer puesto, puesto que le tenemos que agradecer que haya dado vida a una casa repleta de muebles que aprovecharon la estancia en Guadalix para ver la vida pasar. Puede ser que Laura Campos (guapísimas con ese vestido rojo) sea chillona, choni y maleducada, pero a su vez ha abierto su corazón a todos los espectadores, y nos ha regalado muy buenos momentos, de esos que hacían que mereciera la pena mantenerse despierto hasta las (cada vez más) largas horas de la noche que duraba la gala.
No veo con los mismos ojos a Marcelo, para nada merecedor del puesto en el que quedó, simplemente llegar a la final es demasiado para él y para lo que ha hecho en la casa, ya que por su actitud debería haber salido hace semanas (en la expulsión de la insoportable Terry o del sofá-cama Lydia). Mientras que las palabras malsonantes de la parleña se veían compensadas con la demostración de un buen corazón, el malaguita no mostró en ningún momento ni un ápice de sentimientos, su trayectoria se ha basado en discutir, insultar y hacer estrategias, daba igual con o contra quien, sólo por asegurarse un puesto en la ansiada y lograda final.
El otro finalista no es menos estratega que el anterior,
Yago ha sido plano y no creo que se haya mostrado tal y como es, razón más que suficiente para no ganar 'Gran Hermano'. Además tampoco ha sido lo suficientemente fiel o recíproco con personas como Marta, que no dudó en darle la espalda a la primera de cambio.
Dejando a un lado a los finalistas, el resto de concursantes han sido como un folio en blanco, y podríamos decir que todos ellos serán olvidados en menos de un mes. Exceptuando a la agotadora Patricia, la (repito) insoportable Terry o el excéntrico Jhota, el resto parecían sacados de un catálogo de IKEA: el armario (Dámaso), el sofá-cama (Lydia), una luz fundida (Marta) o una simple estantería (Catha), entre tantos otros. Marta era una concursante que me gustaba porque pese a sus comentarios exagerados respecto a Yago o a la convivencia parecía una tía normal y cabal, por eso creo que en caso de ser un mueble o un accesorio debería ser algo intermitente, a veces encendida, pero otras tantas veces apagada, sin mostrarse tal y como es, con sus defectos y sus virtudes.
Una de las polémicas del programa fue la expulsión por parte del programa de Flor y Julio, injusto a mi parecer. Por Guadalix han pasado tantos concursantes que han ido a lo mismo que me parece ridículo expulsar este año a esa pareja por querer aprovechar el momento para ser famosos. Incluso este año había otros participantes hablando del dinero que ganarán, de la Interviú o del debate de los domingos, sin ir más lejos. Me pareció una decisión precipitada, y a su vez también oportunista.
No puedo poner punto y final a esta entrada sin comentar la labor de Mercedes Milá, presentadora por la que tantas veces he sentido rabia (por injusta que me ha parecido), pero que tantas otras he pensado que es la mejor showgirl (por llamarlo de alguna manera) del panorama televisivo español. Este año, especialmente, me he reído más que nunca con ella, con sus comentarios dirigidos a familiares de concursantes, a los propios participantes o a compañeros de programa. Ha estado divertida, una pena que el programa no haya estado a la altura.
Esperemos que el casting de la siguiente edición no tenga nada que ver con este y nos sorprendan con otro tipo de perfiles, más próximos a los de la edición del año pasado que a los de ésta.