"Y es que la MTV transmite uno de los mayores ideales de la adolescenta americana: en esta vida no es necesario ser trabajadora, inteligente, independiente y resuelta; no, en esta vida todo lo que importa es ser rubia, no bajarse de los tacones y chuparla bien. Y si te quedas preñada, tranquila, que ya te hacemos un reality en el que mostrar tus desgracias. Que viva la MTV". Esto escribía yo en el antiguo Teuvemix el 21 de septiembre de 2011, cuando no cabía en mí de gozo ante la llegada de la MTV en abierto a nuestra TDT.
Hace una semana, cuando saltó la noticia de que la MTV nos abandona, tuiteé esto presa del dolor y la desesperación. Y la verdad es que no es para menos, porque en unas pocas semanas estaremos diciendo adiós a perlas de la tele contemporánea como Alaska y Mario, Ya no estoy gordo, MTV Tunning, Parental control, Vergüenza ajena o (¡ay!) todos los Jersey Shore, Geordie Shore, The Valleys, Snooki & Jwoww y demás docurealities de veinteañeros retrasados mentales que tanto nos levantan la moral cuando nos sentimos unos inútiles.
En un alarde de originalidad sin precedentes y con la única voluntad de responder a algunos de los comentarios que dejáis en los posts que voy publicando, anuncio la creación de 'El Lunny responde', una sección mensual que llegará la primera semana de cada mes. ¡Comenzamos!
Practicadavid 07/11/2013 17:08: ¿Que hay que hacer para que FTV te ponga un blog? ¿ponerse de rodillas por los despachos?
Pues mira, Practicadavid, se consigue teniendo un carisma innegable, una prosa ácida y vibrante, una frescura legendaria, un estilo definido y demostrable, un historial de resultados impecable... Yo no tengo nada de eso y me dieron un blog porque llevo desde 2008 mandando ratones decapitados a la redacción de FormulaTV para conseguir mi pequeño cortijo pero, oye, siempre puedes probar el método Estela Reynolds.
Odio el frío. Es más, lo detesto. Cuando tengo que sacar la primera chaquetilla del armario me invade un halo de depresión y mal humor que no se me quita hasta que veo a la primera señora abanicándose por la calle. No entiendo a la gente a la que le gusta el frío (es más, desconfío de ellos), no sé qué le ven de encantador a ir inmovilizado bajo capas y capas de ropa, tener permanentemente los pies helados y las narices moqueantes, que se ponga el sol cuando estás tomando el café de después de comer o que te expongas a la hipotermia mientras esperas el autobús. De entre toda esta porquería invernal, sólo hay una cosa que me hace esta estación más llevadera: ¿La Navidad? No, amigos. Eurovisión.
"Pero si Eurovisión es en mayo", diréis vosotros. "El Lunny está mayor, ya, esto de haber cumplido 30 no le sienta nada bien", diréis otros. "Ya estamos con Eurovisión otra vez, yo que pensaba que FormulaTV le prohibiría hablar de algo tan intelectualmente poco estimulante", diréis más de uno. Pero no, chavalería, yo me refiero al proceso eurovisivo, lo que de verdad mola, esos meses previos al festival en los que descubrimos candidatos, analizamos competidores, vemos preselecciones europeas (hace años que no me pierdo un Melodifestivalen) y nos rasgamos las vestiduras con los representantes mierder que lleva España a Eurovisión.
Igual que el otro día os confesé que jamás había visto ni un solo minuto de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? hasta que arrancó esta tercera temporada, hoy vengo en plan Isabel Gemio, con una rosa en la mano, a haceros otra confesión: Hola, me llamo Lunny y soy adicto. Pero no como Belén Esteban, que se metía algún que otro tirito antes de agitarse de manera asíncrona en ¡Más que baile!, no. Yo estoy enganchado a ver sin parar docurealities de empeños y subastas.
Ojo, que como a todos los adictos, a mí me ha costado horrores dar este paso y desnudarme ante vosotros (es un decir) como un yonki de estos programas. No es fácil para mí admitir que puedo llegar a pasar horas tirado en mi sofá encadenando entregas de La casa de los empeños, ¿Quién da más? o Empeños a lo bestia hasta terminar queriendo ir a casa de la vecina con un sombrero de cowboy a rogarle que me enseñe su armario de los trastos para pujar por él.
He de reconoceros una cosa: soy un romántico. Pero no de los de llevar a tu pareja a ver ponerse el sol tras las montañas con una cesta de picnic y música de violines de fondo mientras le susurro mariconadas cursiladas al oído, no. Yo soy romántico televisivo: es decir, que siempre que una cadena anuncia una cancelación, me invade una especie de aura de melancolía que me hace echar repentinamente de menos ese programa cancelado e imaginar cómo será mi vida sin ese programa en ella. A veces esa reacción es absurdamente surrealista cuando el programa cancelado es uno que no he visto nunca y tampoco tengo intención de ver, pero otras veces la sensación es real y palpable... como me ha pasado con Aída.
Por si alguno de vosotros vive en Ganímedes (poco probable), tiene a este blog como única fuente informativa (MUY poco probable) o está más empanado que los filetes de mi abuela (bastante probable), Telecinco ha anunciado esta mañana que la próxima temporada de Aída será la última, con lo que la serie terminará para siempre en 2014 tras nueve años de emisión en la cadena amiga.
He de confesar algo que, cuando lo comento a la gente, no me acaban de creer: hasta esta temporada, jamás había visto ni un solo minuto de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? Mi primera experiencia con los montajes alocados y los delirios de postproducción de los genios de Eyeworks-Cuatro Cabezas no llegó hasta Un príncipe para Corina, y ahí fue donde comprendí que había malgastado mi vida al no haber devorado religiosamente las dos primeras temporadas de QQCCMH. Y aunque no me las veré por internet porque, si no, me arriesgo a convertirme en un ermitaño que lanza gatos mientras hace que su usuario de series.ly eche humo, acometí la tercera temporada con el mismo fervor con el que una gorda se zampa un Big Mac tras tres meses de dieta.
Pero dejémonos de gordas y vayamos al meollo del asunto: ¿acertaron los solteros al escoger a quien escogieron?
En un alarde de originalidad sin precedentes y con la única voluntad de responder a algunos de los comentarios que dejáis en los posts que voy publicando, anuncio la creación de El Lunny responde, una sección mensual que llegará la primera semana de cada mes. ¡Comenzamos!
-a-tu-lado- 21/10/2013 17:31: Hostia! El Lunny, un gran conocido de este mundillo. Buen fichaje. Sobre lo que dice, tiene mucha razón la verdad xD Hay que añadir que es muy triste que todos maten por ir con Bisbal, cuando todos los chicos de bien nos iríamos con Malú :P Y eso lo sabe El Lunny y lo sé yo. :P
Gracias por lo de fichaje, no puedo evitar sentirme como Neymar pero sabiendo poner dos ideas en la misma frase. He de reconocer que estoy contigo, yo me iría con Malú. El único motivo por el que elegiría a Bisbal es por ver si, tras tantos años a la vera de Kike Santander, se le ha pegado su uso insoportable de metáforas de cuando era director de la Academia de OT y que aún sigue profiriendo.
Si vivís en Barcelona o sois asiduos a coger su metro a eso de las ocho de la mañana, es posible que alguna vez os crucéis conmigo: me reconoceréis fácilmente porque, además de ser amarillo y tener los ojos saltones, voy pegado a mi smartphone consultando audiencias, husmeando en Tuiter o viendo una tras otra las absurdas listas que elabora BuzzFeed. Y ha sido hoy, durante mi rutina lúdico-tecnológico-informativa cuando me he topado con varios tuits que proclamaban el mayor drama, una tragedia sin precedentes, una hecatombe personal de dimensiones bíblicas que ni el mismísimo Sandro Rey podría haber llegado a predecir: Bea, la Marquesa de GH7, asegura estar en la ruina y en la calle. Y no porque haya bajado a por pan, no, sino porque ha sido desahuciada. Sí, amigos, la señora que se cabreaba porque metían en la lavadora sus pashminas de barba de cabra del Himalaya (cuando la gitana de mi barrio te las vende igual de resultonas, sin ser de pelo de cavicornio nepalí y encima te regala unas bragas a juego) sufre en sus carnes la maldición de Gran Hermano: pasar de la gloria de la fama al hoyo más profundo del olvido furibundo.
Ser concursante de GH es un oficio de riesgo, más aún que el de pocero o el de logopeda de Paz Padilla. Porque claro, uno entra en la casa con toda la ilusión del mundo y la boca llena de lugares comunes como "yo he venido aquí para vivir la experiencia", "espero conocer gente maja" o "estoy abierto a enamorarme en la casa" y, sin darse cuenta, acaba convertido en una Sonia Arenas cualquiera. ¿Qué sucede durante el proceso? ¿En qué momento pasa uno de ser una persona normal con curiosidad por vivir la experiencia de Gran Hermano y sale más transtornado que Noemí Merino cuando se le acaba el Lexatín?
Tengo una amiga que, igual que las cuentas corrientes de Luis Bárcenas, es suiza. Esta amiga mía llegó a Barcelona hace ya unos años, con la mayoría de edad recién estrenada, un dominio del idioma bastante regulero y un puñado de ideas preconcebidas sobre lo que significa vivir en España. Cuando yo la conocí, un par de años más tarde, ya estaba terminando la carrera y su dominio idiomático era excelente: controlaba un sinfín de expresiones coloquiales, su repertorio de exabruptos era mangífico y decía admirar a Rocío Jurado (!) y lo que a ella le rodeaba. Y todo esto gracias a leer la Cuore cada semana y a ver cada tarde Aquí hay tomate.
Y es que el verdadero saber popular, lo que te integra de veras en esta sociedad, se encuentra ahí: entre pelea y pelea de Sálvame, en las páginas del Marca, en las tetas que salen en Interviú, en los ladridos de los tertulianos de la Cope, en los taxistas que arreglan el país metiendo a media España en la cárcel y en el campechanismo del Rey. El saber popular es el ciudadano medio, es que a tu abuela le duelan las rodillas cuando va a llover, es mojar un chupete en anís para que el niño deje de dar por culo, es decir "Quita, que tú no sabes" cuando tampoco tienes tú ni puta idea, es ir de madre coraje, es comprar las bragas de diario en el mercadillo... Y hay un personaje en España que encarna todo esto, una princesa del pueblo. Lo habéis adivinado: es Belén Esteban.
Los que ya me conocéis de antes, sabréis que tengo especial devoción por los talent show musicales. Los empecé a ver de adolescente, acabé trabajando en ellos y ahora me emociono más que Miley Cyrus en un Leroy Merlin cuando uno está a punto de empezar.
Y digo a punto de empezar porque, oh drama, últimamente la emoción se me desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Acometí la primera edición de La Voz con ilusión por dos motivos: el primero era ver cómo adaptaba España el formato que lo estaba petando en Estados Unidos y, el segundo, comprobar cómo estructuraba un talent musical una productora que no fuera Gestmusic (algo que no pasaba en la tele de esta España mía, esta España nuestra desde la segunda edición de Factor X).
Tras el primer puñado de audiciones a ciegas, comprendí que algo fallaba en ese programa. Tras otro puñado de audiciones a ciegas, vi la luz: el programa es un coñazo de los que hacen época. Sí, queridos fanes y fanas de La Voz, perdonad por soltarlo tan directo pero así es la vida; dura como una hostia con la mano abierta en plena cara. El caso es que la formulita de las audiciones a ciegas sorprende a la primera, tiene su gracia a la segunda, te hace sonreír a la tercera, levantas una ceja a la cuarta, miras el reloj a la quinta y cambias de canal a la sexta (y no, no es un juego de palabras). De puro repetitivo, audición tras audición, cada gala de La Voz acaba pareciendo una playlist de Youtube. Eterna.