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Mis series favoritas (VII): 'Mad Men'

Viernes 24 de Julio de 2015 14:24
 

Mis series favoritas (VII): 'Mad Men'

Ver terminar una serie tan magistral como Mad Men es una de esas experiencias que hay que acompañar con un ritual a la altura de las circunstancias. Empecé a ser consciente de ello cuando, hace poco más de una semana, empecé a ver su séptima temporada. Sólo me quedaban 14 episodios para llegar al final y, a partir de ahí, el desierto: se acabarían esos planos que son arte con mayúsculas, esas miradas que transmiten más información que la Wikipedia entera, esos guiones a los que no les falta ni les sobra ni una mísera coma, esos copazos a primera hora de la mañana, esas interpretaciones de 10. Sabía que, tras esos 14 episodios, me sentiría un poco huérfano.

Encaré el desenlace de Mad Men casi de manera litúrgica. Aunque no llegué a ponerme traje, engominarme el pelo y hacerme la raya al lado, sí que me preparé un Old fashioned -el cóctel favorito de Don Draper- mientras sonaba el Shahdaroba de Roy Orbison de fondo, la canción que acompañaba los últimos minutos del soberbio último episodio de la tercera temporada. Tras silenciar el móvil y asegurarme de que mis necesidades fisiológicas podían aguantar una hora, le di al play.

Mad Men se fue como mejor podría haberlo hecho: con uno de los anuncios más icónicos que la publicidad moderna ha dado a la historia. Con la inclusión del mítico anuncio Hilltop de Coca-Cola en 1971, la serie se despidió poniéndole el broche de oro a la carrera profesional de Don Draper, que ya creíamos enterrada. Entre la sonrisa de Don durante el ejercicio de meditación y el arraque del anuncio, una elipsis de varios meses que nos viene a contar cómo Don resurgió de sus cenizas para volver con más fuerza que nunca y parir el que quizá es el mejor anuncio de la historia. Porque sí, Don Draper creó el anuncio.

El camino, sin embargo, no fue sencillo. Su vida personal, que ya llevaba varias temporadas aguántandose con alfileres, se derrumba completamente en esta séptima temporada. Y no es hasta que Don hace ese viaje a ninguna parte en el que va desprendiéndose de sus posesiones a medida que avanza kilómetros -desde el apartamento que compartió con Megan hasta su encorsetamiento emocional cuando abraza a un completo extraño con toda su alma- que realmente se encuentra consigo mismo, con el Dick Whitman que enterró en Corea. Y mientras Don se dedicaba exclusivamente a buscarse a sí mismo de la manera egoísta a la que ya llevaba siete temporadas acostumbrándonos (no hay que olvidar que se largó de una reunión y nunca más se supo de él), el mundo a su alrededor seguía girando... y resolviendo tramas.

Con Sterling Cooper & Partners absorbida definitivamente por McCann después de un penoso proceso que se ha alargado varias temporadas, hemos visto cómo la implacable maquinaria de una poderosa multinacional intentaba fagocitar a sus trabajadores. Don se escapó vilmente, Pete aprovechó la primera oportunidad que se le puso a tiro (y menuda oportunidad, oigan) para largarse, Roger siguió con su mecánica de capear temporales como si nada fuese con él, Peggy encontró al fin el amor en el bueno de Stan y Joan acabó revelándose como una feminista de armas tomar.

Permitidme abrir un paréntesis aquí para elogiar cómo Mad Men retrata el paper de la mujer a lo largo de toda la serie. En su primera temporada, se trataba de una serie de hombres en la que ellas tenían la presencia que la sociedad les exigía: hacer bonito, ser guapas, discretas, obedecer, no salirse de su papel y estar bien calladitas. Sin embargo, en sus últimas temporadas Mad Men se centró en ellas, en las mujeres que lucharon por dejar de ser floreros con tetas y un par de muslos que acariciar por debajo de la falda. Por un lado está Megan, la que nunca aceptó el papel de esposa consorte y fue abriendo su camino paulatinamente en busca del éxito para acabar recibiendo un millón de dólares de su ex-marido como si no hubiese pasado nada. Luego está Peggy, la que encaró el feminismo mediante la adopción del rol masculino dominante como única manera de poder competir con los tiburones que le rodeaban a pesar de convertirse en la más machista de todos en algunas ocasiones (sólo hay que recordar el "claro, cómo te van a tomar en serio vestida así" que le espeta a Joan en el ascensor de SC&P cuando ésta se queja del trato que recibe de los hombres). Por otro lado tenemos -precisamente- a Joan, la última persona que esperábamos ver convertida en defensora de las libertades y derechos femeninos y reivindicando su derecho innegociable a ser empresaria y madre soltera si así le daba la gana. Y también está Sally, (la magnífica Kiernan Shipka), la niña que se hace mujer en un mundo cambiante y rodeada de unos adultos que, como referentes, son altamente cuestionables.

No, no me olvido de Betty. Ella es la mujer tradicional, la que sabe mantenerse en su sitio y cumplir sin rechistar con el papel que el hombre tiene designado para ella. Hermética como nadie, Betty lleva su voluntad de mantener la compostura hasta su amargo final. En su última escena la vemos como siempre, sentada en la cocina y leyendo el periódico mientras fuma un cigarrillo a pesar de estarse muriendo de cáncer, pero la soberbia interpretación de January Jones consigue que un personaje como Betty nos transmita tanto con tan poco.

Mad Men quedará siempre en mi memoria como una serie redonda, que empecé a ver casi por casualidad pero que podría volvérmela a ver entera una o dos veces más: Desde ese primer episodio en el que Don Draper da con el eslógan It's toasted para Lucky Strike a este último, en el que crea el mítico anuncio Hilltop de Coca-Cola, su historia y la de todos los que le rodean se desgrana y evoluciona de una manera que debería ser estudiada en todas las escuelas de guión audiovisual del mundo.

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