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'Sálvame Deluxe': mi catarsis semanal

Lunes 23 de Junio de 2014 08:23
 

'Sálvame Deluxe': mi catarsis semanal

Recuerdo que, hace un par de años, emitieron en la tele catalana un breve cuestionario a Najwa Nimri dentro de uno de esos programas moderno-alternativos que presenta Bibiana Ballbè en el 33. Una de las preguntas a la intérprete de Feed us era "¿Qué haces para relajarte?". Yo, que me esperaba que dijese algo tipo "leer a Foucault mientras escucho minimal", me quedé descolocado cuando espetó, muy seria, ante la cámara: "Veo Sálvame. [Pausa] Deluxe."

Esta respuesta de Najwa Nimri vino a mi cabeza este viernes, cuando llevaba ya casi dos horas tumbado en mi sofá en estado de pre-coma mientras me dejaba lavar el cerebro con los gritos de la enésima choni que iba a un plató a airear los trapos sucios de Isabel Pantoja. Tras una semana especialmente agotadora, esos minutos que compartí a solas con mi tele y un par de botellines de cerveza me supieron a gloria bendita. Y no fueron ni los gritos de la Bollo, ni las acusaciones de la invitada, ni las amenazas de María Patiño, sino el conjunto en sí mismo lo que calmó mi ser.

Hola, me llamo Lunny y disfruto viendo Sálvame Deluxe.

Acabar una semana con un buen Deluxe es como darle un portazo a las preocupaciones y malos rollos de los cuatro días y medio precedentes. Hay algo balsámico en los akelarres que se monta esa caterva de colaboradores de Sálvame Deluxe, un algo que logra entrar en mi cerebro y fagocitar toda su capacidad de raciocinio consiguiendo que, durante las horas que aguanto sin dormirme como un ceporro en el sofá para acabar despertando agitado a las tantas de la madrugada con el cuello doblado en un ángulo de 85 grados, no piense en absolutamente nada.

Tampoco pretendo dármelas ahora de persona ilustrada e inquieta que se pasa las horas reflexionando sobre lo divino y lo humano, no, pero todos estaréis de acuerdo conmigo en lo que cuesta poner la mente en blanco y olvidarse de todas las preocupaciones. A mí, por ejemplo, nunca me han podido dar un masaje de esos que se regalan ahora cuando no tienes ni idea de qué regalar porque soy absolutamente incapaz de relajarme. Ya me pueden poner a Enya, quemar un cuarto de kilo de incienso, aplicarme cantos rodaos calientes y untarme con mil y un aceites olorosos que yo seguiré dándole vueltas al mail que tengo que mandar, las patatas que no me puedo olvidar de comprar, la reunión a la que tendré que enfrentarme a la mañana siguiente o la llamada que tengo que hacerle al administrador de mi finca para decirle que venga de una puta vez a arreglar la cañería del parking que gotea a diez centímetros de mi coche.

Estoy seguro de que el hecho de que no pueda vaciar la mente si no es con Sálvame Deluxe responde a algún tipo de problema psiquiátrico que aún no está diagnosticado y que puede acabar conmigo hablándole al horizonte a través de una ventana como Raquel Mosquera en la López Ibor. Pero lo peor de todo es que creo que es contagioso, ya que mi mejor amigo y yo hemos llegado a presentarnos dos horas tarde a una cena en casa de otro amigo porque nos apetecía más ver un polideluxe a Belén Esteban. Este es el nivel, amigos, de podredumbre mental en el que me hallo.

Ojo, yo lo llevo bien. Durante la semana soy una persona más o menos equilibrada que desempeña su trabajo con la eficacia requerida -los días que estoy generoso hasta regalo sonrisas gratis a algún compañero que no aguanto-, tiene hobbies peregrinos como aprender chino, hace la cantidad justa de deporte para poder darse al vacaburrismo gastronómico y no acabar convirtiéndose en Jabba el Hutt y disfruta de la compañía de sus seres queridos... hasta que llega la noche del viernes.

Las horas que en mi lozana postadolescencia invertía en beber como un inglés en Salou y en llegar a casa con los primeros rayos de sol dando tumbos por la acera las utilizo ahora en repantingarme en mi sofá de nombre sueco impronunciable a consumir minutos y más minutos de Sálvame Deluxe. Sinceramente, no sé si esto es más peligroso para mi cerebro que las juergas nocturnas de mi juventud pero, oye, lo que a mí me relaja el Deluxe no lo sabe nadie.

Puede que a Najwa Nimri le pase lo mismo que a mí. Es más, este viernes pensaré en ella y me abriré una cerveza a su salud. Viva el Deluxe, coño.

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