En serio, me da igual. Me la trae muy al fresco quién gane este Gran Hermano, sencillamente porque no creo que ninguno de los tres finalistas haya hecho mérito alguno merecedor de proclamarle ganador. Pero esperad, no empecéis a acordaros de mi madre y de mis difuntos los que defendéis a Sofía, a Niedziela o incluso a Aritz, que os voy a explicar el porqué.
En las primeras semanas de concurso, me hice muy fans de Aritz. Necesitaba un concursante como el que él era al principio: alguien auténtico, divertido, alejado del estereotipo de tronista ciclado con una nuez de California por cerebro al que Telecinco nos tiene acostumbrados. Debo admitir, incluso, que su estrecha relación con Han hizo que ganase más puntos todavía por parecerme muy valiente y muy bonito que se pudiese llevar tan bien con un chico abiertamente homosexual sin ser el típico garrulo que necesita autoafirmar su virilidad, no vaya a ser que se le pegue algo.
Hasta aquí todo muy bien, pero como ya expliqué en el post que publiqué hace varias semanas, a Aritz la cosa se le fue de las manos y se llevó a Han por el camino. Lo que ha hecho con el chino ha sido un juego emocional de manual del que, sorprendentemente, ha salido victorioso. Después de la agresividad y el desprecio mostrados, los comentarios hirientes y sus exageradas reacciones -típicas de persona amargada-, la audiencia ha seguido respaldándole y se ha cargado a la víctima para encumbrar al (con perdón) verdugo.
Fue en ese momento en el que Aritz reveló su lado oscuro cuando definitivamente dejé de apoyarle: el programa había podido con él y había perdido el oremus. Desengañado cual frágil adolescente cuando se entera de que el Christian es gay está por la Lore, examiné el plantel de concursantes existente y no dudé en convertir a mi nueva favorita a Marta. Así de fácil y de pragmático soy yo, oye, a rey muerto, rey puesto.
Tardé muy poco en convencerme de que la periodista canaria debía ganar Gran Hermano. Sí, ha sido una metemierda ejemplar y extremadamente pesada, pero ha vivido el concurso con unas ganas y tan a calzón quitao que era difícil que no me quedase prendado por ella. Estaba tan convencido de que la única persona que podía disputarle la victoria era Sofía que su expulsión fue para mí la más traumática, de lejos, de todo Gran Hermano 16.
"¿Y a quién apoyo yo ahora?", me preguntaba yo después de haber despertado a mi cónyuge con un estruendoso "Joder". El panorama era (y es) desolador: por un lado, mi ahora odiado Aritz. Por el otro, la prescindible Niedziela. Y haciéndoles compañía, las dos víctimas fatales de la edición: Han y Sofía. Aún así, decidí darle un voto de confianza a Han quien, a pesar de lo insoportable, también consideré que ha vivido suficientemente intensamente el concurso como para merecer el maletín. Pero Gran Hermano es tan implacable como la vida, y cuando ya me había convencido a mí mismo de que escribiría un bonito post en este, vuestro blog, loando al chino y a sus meneos -nunca mejor dicho- en la casa, van y me lo expulsan. Y vuelta a empezar.
Ahora, con el panorama que se me presenta para esta noche y la de mañana, ya paso de apoyar a nadie: Niedziela me despierta el mismo interés que la reproducción de los alimoches, Aritz me parece un amargado insoportable y Sofía una niñata engreída que ha sabido hacer de su capa un sayo y convertirse en la gran víctima de Gran Hermano 16. Vale, yo defendí la victoria de Paula el año pasado, pero creo que el show de este año con Sofía, Suso, Raquel, Ricky y hasta la Churrasca ha sido ya demasiado. A todos nos gusta un drama (y más si es televisado), pero llega un punto en el que aburre, especialmente cuando se repite el mismo esquema que en la edición anterior.
Y aunque creo que pocos dudan de que Sofía ganará mañana Gran Hermano, lo que más me jode es que al final Suso habrá tenido razón. Sin embargo, no perdamos de vista el lado bueno: al menos, una Galdeano va a ganar Gran Hermano.
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