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Me emociono con 'First Dates'

Miércoles 14 de Septiembre de 2016 17:01
 

Me emociono con 'First Dates'

Lloro más con 'First Dates' que con la muerte de la madre de Bambi

Sí, amigos. Es así. Me llamo Josep Lunny y me emociono con First Dates. También con las noticias de migrantes ahogándose en el Mediterráneo, con reportajes de familias desahuciadas, con fotos de gatitos desamparados, con el final de A dos metros bajo tierra, con las sentidas confesiones de algunos concursantes de RuPaul's Drag Race o con el reencuentro de OT, pero lo que me pasa con First Dates no es ni medio normal.

Lo jodido de todo esto es que la primera vez que me pasó no me lo esperaba en absoluto. La situación fue la siguiente: una noche cualquiera, en casa de mi BFF, repantingados en el sofá ante una mesa llena de una comida china más grasienta que el pelo de un churrero. Nos da por ponernos un programa de First Dates (¡benditas smart tv!) y, en cuestión de minutos, empezó mi breakdown.

Sólo recuerdo que era una primera cita entre dos chicos y que la cosa entre ambos cuajó. Las miradas que se regalaban, el coqueteo, las dobles intenciones, las caídas de ojos a lo Lady Di y las risitas nerviosas me hicieron de repente olvidar que me encontraba viendo el mismo programa con el que había vitoreado cada respuesta negativa a la pregunta de si habría una segunda cita o no.

De repente, mi corazoncito de soltero dio un respingo y recordó lo cuqui que es una primera cita en la que hay chisporroteo de sensaciones entre dos personas. Y aunque empoderado, autoreafirmado y lleno de sensaciones vivificantes, ese mismo corazón sintió un bajón de mil pares de cojones que ni quince platos de fideos fritos con gambas podrían consolar.

Pocas cosas hay más electrizantes que una primera cita que va bien. Es una sensación tan buena como efímera, porque el misterio de conocer a alguien nuevo y jugar al divertido juego de la seducción acaba convirtiéndose en ensoñaciones y fabulaciones de un futuro juntos y, al final, en miradas al móvil porque ese crush que creías tan ideal ni te escribe ni te responde.

Pero todo eso no sale en First Dates. Ahí vemos sólo la primera cita, esa en la que tienes delante a alguien de quien solo conoces el nombre y le ves tan mono, tan sexy, tan agradable y con la fantástica (y cada vez más escasa) cualidad de saber poner dos ideas en la misma frase. Cuando los dos se gustan entran de repente en un estado de tontería preadolescente tan cuqui que sólo esperas, con lágrimas en los ojos, que se besen ya de una puta vez.

Y cuando uno está ya llorando a mares, comiendo cualquier basura para llenar el vacío espiritual y planteándose seriamente hacer swipe right tras swipe right en Tinder para ver si cae algo, empieza otra cita. Así todo el rato. Un carrusel emocional de dicha, autocompasión, ridículo, emoción, vergüenza ajena y temor a acabar tus días rodeado de gatos que a lo único que te puede llevar es a la bebida y a rebajar tu listón de posibles crushes a límites vergonzantes.

Yo en Tinder

Por ese motivo First Dates ha perdido un espectador. Y lo digo con todo el amor del mundo a los responsables de este magnífico programa revelación, pero a mí ya no me tendrán sentado en el sofá ante esas carretilladas de citas que nos sirven cada noche. Más que nada porque no quiero acabar tirándome al primero que se me cruce por delante por un puente en un futuro cercano.

¿Soy el único al que le pasa esto? ¿De verdad no hay nadie más en España que se emocione con First Dates? ¿Estoy tan tarado como parece? ¿Qué será lo próximo? ¿Emocionarme con los resultados del cupón de la ONCE?

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