Los que ya me conocéis de antes, sabréis que tengo especial devoción por los talent show musicales. Los empecé a ver de adolescente, acabé trabajando en ellos y ahora me emociono más que Miley Cyrus en un Leroy Merlin cuando uno está a punto de empezar.
Y digo a punto de empezar porque, oh drama, últimamente la emoción se me desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Acometí la primera edición de La Voz con ilusión por dos motivos: el primero era ver cómo adaptaba España el formato que lo estaba petando en Estados Unidos y, el segundo, comprobar cómo estructuraba un talent musical una productora que no fuera Gestmusic (algo que no pasaba en la tele de esta España mía, esta España nuestra desde la segunda edición de Factor X).
Tras el primer puñado de audiciones a ciegas, comprendí que algo fallaba en ese programa. Tras otro puñado de audiciones a ciegas, vi la luz: el programa es un coñazo de los que hacen época. Sí, queridos fanes y fanas de La Voz, perdonad por soltarlo tan directo pero así es la vida; dura como una hostia con la mano abierta en plena cara. El caso es que la formulita de las audiciones a ciegas sorprende a la primera, tiene su gracia a la segunda, te hace sonreír a la tercera, levantas una ceja a la cuarta, miras el reloj a la quinta y cambias de canal a la sexta (y no, no es un juego de palabras). De puro repetitivo, audición tras audición, cada gala de La Voz acaba pareciendo una playlist de Youtube. Eterna.
Vamos, a continuación, a analizar una audición tipo de La Voz:
Plano del camino que lleva a interior de plató del candidato/a rodeado de sus palmeros. Pueden ser la madre, los hermanos, la novia, las tías, la mariliendre o el hijo pequeño. Mientras camina, voz en off del aspirante contando lo mucho que desea entrar en La Voz. Posibles motivos:
1. Es su sueño desde que era un cigoto y esta va a ser la última vez que pruebe suerte en el mundo de la música. Dentro de esta categoría entran ex concursantes de OT, ex aspirantes del Tú sí que vales, actores de musicales, intérpretes de poca monta que no logran un éxito ni a la de tres y cantantes de guitarra en bares infectos que lo máximo que consiguen es apretarse a alguna pija despistada que pasaba por ahí de casualidad.
2. Es huérfana, ex politoxicómana, ex víctima de bullying, ex seminarista, ex gorda, ex militante del Partido Popular o cualquier otro tipo de desgracia personal con la que dar un poquito de pena al respetable. Porque sí, la compasión de la audiencia hay que ganársela desde el minuto 1.
3. No tiene ni puta idea de música, no sabe lo que es una clave de sol y se piensa que solfeo es el nombre de un personaje de Matrix pero, oye, resulta que sabe cantar. Rosa de España y David Bustamante fueron los pioneros de esta categoría y ahora todo aquel que sabe entonar cuatro notas seguidas se cree que podrá abandonar su andamio o asador de pollos particular para convertirse en los nuevos Paul Potts o Susan Boyle.
4. Canta copla y/o flamenco.
5. Ha trabajado en el mundo de la música pero a lo máximo que ha llegado es a corista de Pastora Soler, no ha conseguido triunfar de ninguna de las maneras y espera hacerlo de la mano de Antonio Orozco (!).
Después de su lacrimógena y en ocasiones compungida historia, plano del interior del plató en silencio con el candidato subiendo las escaleras. Le sigue un plano de los coaches, especialmente uno de Bisbal poniendo cara como de intentar multiplicar con decimales de memoria. El candidato se arranca con lo suyo (que probablemente sea un Con te partirò, el Listen de Beyoncé, un baladón de la Aguilera o la Carey o el Por la boca vive el pez de Fito), el público estalla en aplausos cuando el regidor se lo dice y los coaches hacen como se lo piensan y pulsan. A continuación:
1. Si no ha pulsado nadie, todos ponen cara de condescendencia, alaban los «vozarrones impresionantes» y aseguran que se hubieran dado la vuelta. Pero oye, jodía casualidad, que no lo hacen. Un beso, un 'mucha suerte' y a casa.
2. Si pulsa sólo uno hace como se alegra mucho de lo que ha escogido (en verdad le importa tres narices) y le abraza. Porque, amiguitos, abrazar en La Voz es MUY IMPORTANTE.
3. Si pulsan varios, se enzarzan en una guerra absurda por incorporar al candidato en su equipo aunque resulte desafinar más que Katy Perry en una gala de la MTV. Al final, el pobre desgraciado elige a Bisbal (¿lo sabías? Por alguna extraña razón, todos los que se presentan a La Voz quieren tener de coach a Bisbal).
Después de los abrazos, las sillas se vuelven a girar y los coaches llevan a cabo una breve cháchara insustancial que sólo sirve para que vayamos a hacer pis antes de que este bucle infinito vuelve a empezar.
Multiplicad esto por doce y, ¡hop! ya tenéis una gala maratoniana que superará el 20% de share. Que sí, que el dato está muy bien pero, oye, al menos en OT nos reíamos con las lágrimas de Pilar Rubio detrás de una cartulina.
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