Tengo una amiga que, igual que las cuentas corrientes de Luis Bárcenas, es suiza. Esta amiga mía llegó a Barcelona hace ya unos años, con la mayoría de edad recién estrenada, un dominio del idioma bastante regulero y un puñado de ideas preconcebidas sobre lo que significa vivir en España. Cuando yo la conocí, un par de años más tarde, ya estaba terminando la carrera y su dominio idiomático era excelente: controlaba un sinfín de expresiones coloquiales, su repertorio de exabruptos era mangífico y decía admirar a Rocío Jurado (!) y lo que a ella le rodeaba. Y todo esto gracias a leer la Cuore cada semana y a ver cada tarde Aquí hay tomate.
Y es que el verdadero saber popular, lo que te integra de veras en esta sociedad, se encuentra ahí: entre pelea y pelea de Sálvame, en las páginas del Marca, en las tetas que salen en Interviú, en los ladridos de los tertulianos de la Cope, en los taxistas que arreglan el país metiendo a media España en la cárcel y en el campechanismo del Rey. El saber popular es el ciudadano medio, es que a tu abuela le duelan las rodillas cuando va a llover, es mojar un chupete en anís para que el niño deje de dar por culo, es decir "Quita, que tú no sabes" cuando tampoco tienes tú ni puta idea, es ir de madre coraje, es comprar las bragas de diario en el mercadillo... Y hay un personaje en España que encarna todo esto, una princesa del pueblo. Lo habéis adivinado: es Belén Esteban.
El pasado viernes, más de 3 millones de personas nos sentamos delante de la tele dispuestos a tragarnos de cabo a rabo (con perdón) el enésimo regreso de la Esteban al plató del Deluxe. Incansables promociones, cebos, mensajes en pantalla y menciones hasta en el informativo de Pedro Piqueras no hicieron más que alimentar las ansias de saber, de meter el hocico en vidas ajenas, que tenemos todos los españoles. Porque, no nos engañemos, todos, absolutamente todos tenemos una opinión sobre los dramas vitales de la diva de San Blas (y el viernes quedó sobradamente demostrado). Conoces quién es su amiga Mariví, su representante Toño y su hermano Cuqui, sabes que una vez le devolvieron a Andreíta en pijama y con la ropa sucia en una bolsa de plástico y deseas que la niña que no se comía el pollo cumpla dieciocho años para que entre también en el ruedo mediático. En España, amigos, o eres de la Campa o eres de la Esteban.
La fascinación que la ex cuñada de la Jesulina (nos) genera viene avalada por los datos: este es el octavo Belenazo en cuatro años, el segundo que más audiencia ha cosechado después de su reaparición tras la cirugía estética que le dejó un ojo más arriba que el otro, la nariz torcida y una fosa nasal más grande que la otra. Y aunque de primeras vimos a una Belén más saludable (entiéndase gordaca como sinónimo de saludable), a los pocos minutos empezó a emerger la Esteban combativa, la que por su hija mata, la que suelta sapos y culebras por la boca, la que repite siempre las mismas historias que todos, espectadores y periodistas, recibimos con expresiones de sorpresa cuando en realidad nos lo sabemos ya todo de memoria.
No sé si vosotros tuvisteis la misma sensación que yo, pero a mí me pareció estar escuchando la misma entrevista de hace un año (en el último Belenazo también volvía de rehabilitación, de quitarse de lo suyo y creo que de divorciarse) pero con el bonus track de que ahora la última ganadora de ¡Más que baile! se compra vibradores. Por lo demás, volvimos a la época en la que vivía en Ambiciones, a su matrimonio y ruptura con Fran, a las preocupaciones de su Andrea, a la no asistencia de esta a la comunión de su hermana, a cuando se fue de Ambiciones cual heroína romántica con lo puesto y su hija de siete meses en brazos. Lo mismo de siempre, sí, pero nos siguió manteniendo a todos pegados a la tele.
¿Se le ha acabado a Belén el discurso? Aunque lo parezca, lo dudo mucho. Alguien que lleva estirando la misma historia desde hace 15 años seguro que sigue guardándose algún as en la manga. ¿Cuántos Belenazos nos quedan? Probablemente muchos. Pensad en que la Campa aún no ha pisado un plató de televisión. ¿Hasta cuándo seguirá coleando lo que vio y vivió en Ambiciones? Seguramente hasta que vayamos en andador y la hija pequeña de Andreíta venda al ¡Hola! la exclusiva de su romance con uno de los nietos de la Infanta Elena.
La vida de Belén Esteban, la que se ha sabido montar y el respetable hemos aceptado, curioseado, jaleado, encumbrado, denostado, ignorado y recuperado (por este orden), lleva ya años convertida en un folletín catódico, en una especie de culebrón de media tarde con más episodios que Amar en tiempos revueltos y que refleja la España más cañí, la del carajillo y la del "esto se hace por mis cojones".
Si Belén Esteban tiene éxito y es adorada por hordas de marujas y cajeras del Día es porque es la viva imagen de España como país: consumida por la vida, adicta a conseguir dinero fácil aunque se arrepienta de ello, recibe palos constantemente, es populista, cornuda y apaleada. Y ya podemos empezar a acostumbrarnos a que la vida, especialmente en Telecinco, no es más que una sucesión de Belenazos.
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