Mañana, además de ser viernes -lo que ya de por sí es motivo de celebración-, empieza algo que nos va a estar taladrando las próximas dos semanas: ¿el bombardeo de noticias sobre los ensayos de Eurovisión? No (aunque también), la campaña electoral. Sí, pequeñuelos y pequeñuelas, mañana arrancarán una vez más esos quince días en los que los partidos políticos van a estar sacando pecho cual palomos en celo en busca de lo que más codician y desean de este mundo: los sobres con dinero negro nuestro voto.
Como bien sabréis (y si no, ya os lo explico yo, que hoy estoy rumboso), durante la campaña electoral los partidos políticos tienen dos maneras de hacer llegar su mensaje de prosperidad, abundancia, unicornios y arcoiris a través de la tele pública: Por un lado, están los espacios que los medios públicos ceden -de manera gratuita- para los vídeos propagandísticos de los candidatos y, por el otro, la presencia específica y delimitada en los espacios informativos de estas mismas cadenas.
Todo esto, que parece muy sencillo, lo deciden un puñado de señores que componen la Junta Electoral Central. Este órgano, que me lo imagino menos operativo que una reunión de Ents, es el culpable de que en cada período electoral se armen en los medios de comunicación unos pollos que ríete tú de los que se montan en Supervivientes. La razón por la que se alborota el gallinero periodístico es porque estas decisiones de la Junta Electoral Central equiparan la propaganda electoral con la información periodística. Es decir, que se asignan cuotas de cobertura informativa según la representación que tenga el partido en cuestión en el parlamento, ayuntamiento, diputación o patio de vecinos correspondiente.
Desde el sector periodístico se pone el grito en el cielo ante esta práctica, ya que la proporcionalidad se carga la imparcialidad: es decir, que si el PP es quien más escaños tiene en tu parlamento autonómico, será quien de más minutos disponga para decir cómo van a seguir destruyendo España para explicar su programa electoral. Por contra, si vas a votar a Podemos o a Ciudadanos, ya puedes darte por jodido: no vas a ver ni una sola mención a sus mítines, actos o discursos desde los informativos de tu cadena pública autonómica porque, al ser la primera vez que se presentan, no tienen derecho ni a un segundo de espacio en el telediario.
Y aunque todo este período de campaña electoral os parezca más largo que la duración de Amor a prueba; no os preocupéis: dos semanas pasan muy deprisa. Sin embargo, debo confesaros que yo no soy imparcial en este asunto porque amo las semanas de campaña electoral. Como lo leéis. Tengo unas ganas locas de que llegue mañana y los partidos empiecen a hacer sus propuestas absurdas (las municipales son especialmente prolíficas en este ámbito, aún recuerdo cuando se prometió crear un barrio flotante en Barcelona para estudiantes), pero lo que realmente amo muy fuerte son los programas especiales de las noches electorales.
Sí, me llamo Lunny y soy adicto a las noches electorales. La cuenta atrás antes de las ocho de la tarde, momento en el que se dan los resultados de las encuestas a pie de urna, me ponen más que un par de pechos siliconados a Alberto Isla. Esos presentadores dando porcentajes, estimaciones, cifras, representaciones, mayorías, triunfos, debacles y hecatombes; esas barras que emergen del suelo para dibujar parlamentos virtuales de colorinchis y explicar al vulgo qué significa cada cosa; esas horas calculando cuántos diputados hacen falta para la mayoría absoluta y qué partidos estarán condenados a entenderse si quieren ser los que corten el bacalao los próximos cuatro años... os juro que me encanta y que disfruto más con eso que con una gala de MasterChef.
Pero lo mejor llega después de este frenesí de números: cuando las cosas empiezan a serenarse, empieza el debate con los representantes (de tercera o cuarta fila, claro) de los partidos políticos, que se ven forzados a ir improvisando su discurso a medida que se van conociendo los datos oficiales. Este momento, en el que vemos las reacciones en directo de cada candidato a las cifras conseguidas por su partido, es lo más parecido que tenemos en la tele a un Gran Hermano de políticos. Y mientras el debate avanza y se acalora, se van conociendo porcentajes y resultados de otros pueblos y ciudades, llegando al momento friki de la noche de ver qué ha pasado en ese pueblo de los Pirineos en el que te pusiste ciego a cordero en Semana Santa. Eso sin contar, claro, con los discursos de los candidatos valorando en caliente los resultados de las elecciones.
Así que ya podéis ir preparándoos, queridos y queridas. Estas dos semanas serán intensas a la par que divertidas, ya que Eurovisión se celebra el día antes de las elecciones. No sé vosotros, pero yo estoy por pedirme libre el lunes 25 de mayo para recuperarme de tanto locurón televisivo.
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