Perfiles de los participantes de "El Campamento":
Alberto, viviendo en una mentira
Incapaz de confesar a su padre que es gay, su silencio le hace violento. "No me atrevería a decirle a mi padre que soy gay, no podría decirle que he estado ligando con un chico. Tengo la rabia dentro de no poder gritárselo", dice Alberto, que se ha refugiado en las drogas para olvidar su realidad.
Rebelde y mentiroso, Alberto ha obligado a sus padres a poner una caja fuerte para guardar el dinero y evitar en lo posible los robos pero ni siquiera eso ha parado a Alberto, que confiesa sin pudor que ha robado a sus padres más de 3.000 euros.
Yeray: "He conseguido que mi madre se vaya de casa porque le doy miedo"
A sus 18 años, Yeray se ha convertido en un auténtico tirano en casa. Presumido y agresivo, Yeray se enorgullece de haber echado a su madre de casa. "He conseguido que mi madre se vaya de casa. Mis cambios de humor y mis idas de olla le dan miedo", dice Yeray.
La situación en casa es insostenible. Yeray pierde los nervios con su madre y golpea todo lo que encuentra a su paso hasta que sangra. "En el momento que tienes tanta rabia no sientes dolor. Cuando veo sangre paro", dice el joven que reconoce que las cosas podrían haber sido diferentes si su padre siguiera con ellos. "Empecé a cambiar desde la muerte de mi padre. Si él estuviera aquí me podía haber frenado más", dice el joven.
Incapaz de controlar su rabia, Yeray es además manipulador y mentiroso. Sin oficio conocido, el joven se pasa el día en la calle con sus amigos y su novia.
Desy, una reina destronada
"Yo era la reina de la casa y de buenas a primeras soy un cerito a la izquierda". Ese es el problema de Desy, que vio como su vida cambió con la llegada del novio de su madre a casa.
Con la llegada de José, Desy dejó de ser una niña consentida. Fiestera, incontrolable y agresiva, la joven se enfada con facilidad cuando no consigue lo que quiere y no es posible pararla.
Cuando pierde los nervios, Desy rompe todo lo que encuentra y ha llegado a robar en casa, por lo que su familia ha tenido que poner candados en las puertas.
Itxyar: "No puedo controlar mis nervios"
Incapaz de controlarse, Itxyar es aficionada a las peleas callejeras. Cualquier motivo es bueno para enzarzarse en una bronca en plena calle, ya sea con hombres o con mujeres. Su casa siempre ha sido un infierno y los problemas de sus padres están detrás de la conducta de Itxyar. "Me influyó mucho la mala relación de mis padres", dice la joven que ya podría llevar dos ostias en la cara bien dadas, que llegó a protagonizar un episodio violento con su padre.
"Me ciego y no veo más", reconoce Itxyar, que tuvo una infancia muy difícil marcada por la complicada relación de sus padres. "Me influyó mucho la mala relación entre mis padres. Les veía discutir, veía a mi padre beber mucho, llegaba borracho a casa... Un día insultó a mi madre y le abrí la cabeza con un cenicero", recuerda la joven, que a sus 18 años ha convertido su casa en un infierno.
La convivencia con su madre es imposible. Cada vez que se enfada lo destroza todo para no pegarla, aunque en alguna ocasión lo ha hecho, tal y como ella misma reconoce.
Para conseguir dinero y pagarse sus vicios, Itxiar roba en la calle, en locales y a su propia madre. "Lo que más me gusta es robar a los pijos; lo que menos, que no me sé controlar", reconoce.
Xyka: "De mi no se ríe nadie"
No soporta las normas, no confía en nadie y se comunica mediante golpes. Xyka es una joven conflictiva que tiene muchas peleas. "En mi pueblo me respeta todo el mundo, si no ya me encargo yo de que me respeten. De mi no se ríe nadie", dice la joven que ya ha pasado una temporada en un centro de menores por pegar a una niña. "La tenía manía pero esa niña no me había hecho nada", recuerda Xyka, que trapichea para pagarse sus vicios.
Su paso por el centro no la ayudó a cambiar. Su difícil infancia sigue muy presente en la vida de Xyka, que se quedó sola cuando su madre ingresó en prisión. En ese momento, la joven comenzó a cambiar.
La convivencia entre madre e hija es casi imposible. "Tengo muchas peleas con ella y como no puedo pegarla rompo cosas", dice Xyka que recurre a las patadas y los puñetazos en las paredes.
Estefanía, perseguida por el sentimiento de abandono
"Tiene un demonio dentro". Así define a Estefanía su hermana. El carácter de la joven de 19 años hace la convivencia insoportable. Los gritos son la forma de comunicarse de Estefanía que siempre consigue lo que quiere.
Obsesionada con la imagen, la joven tiene el armario repleto de ropa y zapatos. "Me gusta ir bien, soy presumida", dice de sí misma Estefanía, que no puede olvidar que es adoptada. "Un día mi padre me dijo que ellos no eran mis padres, que era adoptada. Me sentía mal", dice la joven que recuerda constantemente que su hermana si es hija biológica.
El sentimiento de abandono ha acompañado a Estefanía toda su vida lo que le ha provocado pánico a estar sola. En un intento desesperado por deshacerse de ese lastre, Estefanía ha optado por tener siempre novio.
Por último, cuando no consigue lo que quiere, Estefanía pierde los nervios. La joven comienza a gritar, se exalta y arremete contra su madre, que tiene miedo de ella.
Iván: "Soy capaz de cualquier cosa"
Violento y agresivo, Iván nunca ha pedido perdón. Su relación con su madres está muy deteriorada ya que no la perdona que tuviera otra relación durante el tiempo que estuvo separada de su padre. Cada día, Iván la amenaza y la escupe para descargarse. Capaz de cualquier cosa, Iván recurre a la violencia con facilidad para resolver sus problemas y roba a sus padres para conseguir dinero.
Manuel: "A mi no me vacila ni Dios"
A sus 19 años, Manuel se cree el mejor y no permite que nadie le lleve la contraria. Vive con su madre, a la no perdona por separarse de su padre y a la que considera culpable del divorcio. Sin oficio conocido, Manuel se busca la vida trapicheando con drogas. Su madre está desesperada y piensa en renunciar a su hijo en el juzgado para que su padre se haga cargo de él.
Violento, egocéntrico e incontrolable. Así es Manuel, un joven con problemas con las drogas y el alcohol que golpea a todo el que le lleve la contraria. "Soy muy hijo de puta. A mi no me vacila ni Dios", dice el propio Manuel que vive con su madre desde que sus padres se separaran.
A sus 19 años, Manuel no trabaja y se busca la vida traficando con drogas. "Si hay que vender hachís, si hay que vender cocaína, si hay que vender algo, se vende", dice el joven.
Manuel pierde el control con facilidad y recurre a la violencia para solucionar los problemas, aunque el mismo se ha puesto un límite con su madre. "Cuando pierdo el control con tal de no dar a mi madre doy a cualquier cosa."
Su madre, dispuesta a renunciar a él
La situación en casa de Manuel es insostenible. Los enfrentamientos con su madre son constantes. Según Manuel, su madre es la responsable de la separación y no la perdona por ello.
Su madre está desesperada. No se siente con fuerzas de seguir adelante y está dispuesta a renunciar en un juzgado para que su padre se haga cargo de su hijo y se lo lleve porque no puede más.
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