En realidad, todos los protagonistas bordan sus respectivos papeles, desde Mila Kunis (en el rol de la bailarina rival de la protagonista) a Vincent Cassel como el implacable maestro de escena. Pero sin duda es Natalie Portman la que se lleva la palma en esta inquietante fábula pulp y gótica de Aronofsky, un tenebroso descenso a las tinieblas de la locura narrado con pulso firme en una historia tan angustiosa como visualmente atractiva en la que los límites entre realidad y fantasía se retuercen y difuminan hasta que resulta imposible distinguir entre una y otra, y todo ello presentado con el fascinante telón de fondo de El lago de los cisnes de Tchaikovsky.
Por extraño que nos pueda parecer a su director le ha costado mucho tiempo y esfuerzo conseguir la financiación necesaria para poder rodar este filme que ahora se alza como uno de los más firmes candidatos a los Oscar del presente año con cinco nominaciones, incluida la de Natalie Portman como mejor actriz. La protagonista de Leon, Beautiful Girls o La amenaza fantasma entre otros títulos imprescindibles realiza aquí su mejor interpretación en la piel de Nina, una bailarina obsesionada por alcanzar la perfección suprema en la danza y que debe sacar a la luz su lado más oscuro y perverso para representar de forma convincente al Cisne Negro que da título a la película.
Aronofski ha firmado aquí la que puede que sea su obra maestra: una película subyugante y cautivadora que me recuerda como pocas por qué me sentí atraido por el cine cuando sólo era un niño, y por qué sigo enamorado de él hasta la médula ahora que soy mucho mayor. Enhorabuena, Darren; y gracias por hacerme soñar de nuevo.
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