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Café para dos / 1

Domingo 15 de Mayo de 2011 15:35
 

Todos quienes me conocen desde hace tiempo saben que soy un adicto del café de Starbuck's, pero muy pocos conocen la verdadera historia detrás de la historia. Todo empezó hace unos quince años, cuando me trasladé a Madrid desde mi Asturias natal para preparar las oposiciones a profesor de Secundaria. Durante mi estancia en la capital me alojaba en un pequeño pero confortable apartamento, propiedad de unos parientes, situado al principio de la calle Orense, desde el cual tenía unas preciosas vistas de la Castellana, del Corte Inglés de la zona y de la torre Windsor (sí, la que ardió hasta los cimientos de forma misteriosa varios años después. Yo no tuve nada que ver con el incendio: lo juro. En ese momento ya no vivía ahí). Como alojamiento estaba bien, aunque a medida que avanzaba el día se me hacía un poco estrecho y me cansaba de estar ahí encerrado, así que solía coger los apuntes y bajar a dar un paseo y tomar algo en el Starbuck's de la esquina. La verdad es que el sitio era poco más grande que el apartamento en sí, pero el ambiente era muy agradable, los sillones confortables, y el café merecía la pena. Y luego estaba Irenka.

- Qué nombre más bonito - comenté, cortésmente, la primera vez que me atendió en la barra.

- ¿Te gusta? Es la forma polaca de Irene, que viene del griego "Eirene" y significa Paz - me respondió, dedicándome una sonrisa tan hermosa como ella misma.

- Ah, ¿eres polaca? - pregunté, más que nada para poder seguir charlando con ella.

- No, italiana. De Nápoles. Pero mi padre sí es polaco, aunque lleva viviendo en Italia desde que tenía diecinueve años.

- ¿En serio? ¡Que mezcla más exótica! Pues hablas genial el castellano. Casi no se te nota nada de acento.

- ¡Que amable! Muchas gracias - musitó a media voz, desviando la mirada con timidez mientras me tendía mi Moka praliné. Más adelante descubrí que había venido a España con una beca Erasmus de intercambio y que una vez aquí había decidido quedarse un par de años más para perfeccionar el idioma. Día a día, café a café, nos íbamos poniendo al corriente de nuestras respectivas vidas y de nuestras peripecias por la capital. Al fin y al cabo, los dos éramos forasteros en tierra extraña. En ocasiones podíamos charlar hasta cinco minutos seguidos sin que nadie nos interrumpiese, pero la mayoría de las ocasiones teníamos que limitarnos a intercambiar un cálido saludo junto con el pedido.

Mi sitio favorito era una mesa con butacón cerca de la entrada y al lado de la cristalera, desde la cual tenía a la vez una estupenda vista de la calle así como del mostrador, y más de una vez me sorprendía a mí mismo buscando con la mirada la grácil silueta de Irenka mientras se movía por el local. Otras veces era ella la que se acercaba a saludarme con cualquier excusa (pasar el paño, o recoger la mesa) y continuar la conversación ahí dónde la habíamos dejado.

- Uf. No entiendo cómo puedes meterte todo eso en la cabeza - decía, señalando hacia la ingente montaña de apuntes.

- Te confesaré un secreto: sólo me estudio la mitad, y después rezo para que la mayoría de las preguntas sean de los temas que he preparado.

- ¡Venga ya! No te creo. Tienes demasiada pinta de empollón.

- Sí, claro. Todos los que usamos gafas somos unos genios. Ya podía - replicaba yo, con sorna, mientras mis ojos acariciaban con vida propia la delicada arquitectura de su rostro.

(Continuará)

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Sobre este blog...

Bitácora personal de Jon Bauluz, Fan hasta la médula de Michelle Jenner y el atlético de Madrid, autor diletante, trabajador impenitente, arqueólogo de lo popular, hombre de pocas palabras, grandes tristezas y grandes alegrías. Mis historias y mis recuerdos están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehusé morirme. Y por eso mismo escribo, al mediodía o a las tres de la mañana. Para no estar muerto.
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