Balada triste de los Goya

Se acabó el suspense. Un año más ya conocemos la lista completa de los ganadores de la última edición de los premios Goya (los Oscar del cine español, dicen por ahí). Como suele ser habitual en estos casos la mayoría de las quinielas y pronósticos erraron: títulos que partian como favoritos, tal que Biutiful, Buried o Canción triste de trompeta obtuvieron menos galardones de los esperados, mientras que la gran triunfadora de la noche fue Pan negro, un discreto drama de Agustí Villaronga ambientado en la Cataluña de los últimos años de la postguerra civil. Lo cual viene a demostrar, un año más, el curioso divorcio que existe entre crítica y taquilla en nuestro país.

Personalmente mis simpatias se inclinaban del lado de Alex de la Iglesia; el ya ex-presidente de la Academia de Cine que ayer tuvo su pequeño momento de gloria a costa de una González-Sinde que hubo de tragar carros y carretas durante toda la ceremonia, atormentada por los abucheos de los colectivos de internautas, las puyas del presentador (Andreu Buenafuente) y la ácida despedida de su colega de profesión (el ya citado de la Iglesia). Al menos, siempre le quedarán el consuelo de haber podido aprobar la ley que lleva su nombre y el apoyo de la nueva niña bonita de sus ojos y aspirante a Presidenta de la Academia, Iciar Bollain.

A mi, que quieren que les diga, esto de los Goya me deja un poco frío, como siempre que los miembros de un gremio se reunen para intercambiar regalos y darse palmaditas en la espalda entre ellos. Con la diferencia de que en el caso de los Goya los responsables tiran con pólvora ajena, es decir, con el dinero de todos los españoles. Semejante exhibición de lujo y derroche casi hortera resulta un poco contraproducente en estos tiempos de crisis y miseria que corren, pero ya se sabe que el cine es una fábrica de sueños y que los sueños, sueños son.

No dudo de los méritos del filme de Agustí Villaronga, el cual no he visto aun pero presupongo como mínimo interesante; sin embargo, como ya he dicho, de haber tenido voz y voto me hubiese decantado por Balada triste de trompeta. Alex de la Iglesia siempre se las arregla para conmoverme desde lo más profundo con sus historias, y esta melancólica película (puede que su mejor trabajo hasta la fecha) sobre la venganza de un payaso triste no ha sido una excepción. Ahí van siete euros y medio que nunca me arrepentiré de haber pagado, algo que no siempre puedo decir cuando salgo del cine.