Decenas de series han pasado ante mis ojos, las de historias sencillas que lejos de buscar sorprender o emocionar, se limitan a contar, las de grandes emociones cuyos finales te sumergen en un mar de lágrimas, las de emocionantes revelaciones que te obligan a quedarte con la boca abierta más allá incluso de los créditos finales.
La visión del primer episodio de KINGS me ha alejado de todos estos sentimientos que tenía arraigados con el paso del tiempo y me ha aportado un nuevo significado: una serie también puede ser una gran superproducción, una especie de gran película ante la que quedarse atónito, donde todo lo que ocurre alrededor se detiene, porque estás sumergido de repente sin darte cuenta en lo que en ella ocurre.
Un reino imaginario construído sobre una gran ciudad. Los reinos, los reyes, esos personajes de nuestra sociedad a los que vemos como intocables e inalcanzables, a los que imaginamos bañándose entre riquezas, mientras se convierten en titiriteros de una sociedad que descansa más abajo, tomando decisiones que afectan al niño que duerme sobre una simple manta en el suelo, a la mujer que ha sido apartada de sus hijos, al adolescente al que le falta tiempo para pagar el alquiler de su piso...
Los reinos, los ciudadanos, los soldados, víctimas, los que realmente tienen que hacer frente a esas decisiones y poner en práctica lo que para otros sólo son teorías que han de probar, aunque el resultado sea adverso y sus consecuencias sólo afecten a los que las cumplen y no a los que las toman.
¿Quienes son los verdaderos héroes? ¿Quiénes son los verdaderos reyes? KINGS muestra en sus comienzos a estos dos reyes, tan distintos entre sí. El rey nombrado, el que promete ante las cámaras, el que aparenta una vida perfecta que sin embargo está llena de grandes secretos de los cuales el espectador va siendo testigo, un hijo que aparenta ser quien no es, una hija cuya meta es escapar de aquello que le es dado, una mujer calculadora, él mismo, un rey que oculta un gran secreto al margen de toda su familia.
El otro rey, David Shepherd, un mecánico que vive con su familia en las afueras, alejado de la gran ciudad que ha sido nombrada capital del reino, un chico sencillo y normal que tiempo después se ve envuelto en sucesos que cambiarán su vida y la de los demás para siempre.
La fabulosa serie The O.C. ya nos enseñó en su día por primera vez a mezclar la alta nobleza, la gente rica y adinerada, con vidas llenas de secretos, con la gente más humilde. KINGS deja en ocasiones un cierto sabor y homenaje a esta, aunque lleva esta lucha de clases un paso más allá, entre conspiraciones, luchas, sentimientos más profundos y arraigados, dejando momentos ya inolvidables desde el primer episodio, entre los cuales, además del inolvidable final apelando a la frase del rey y su Dios, me quedo sin lugar a dudas con las manos del predicador sobre la frente de David mientras el sol inunda a los dos personajes, un momento mágico donde no existen las palabras, donde un o se da cuenta que está ante una gran obra.
Las referencias de la serie no dejan lugar a dudas sobre de dónde proviene, dejando clara su base sobre una escena bélica inigualable que enfrenta a David contra Goliath, un símil empleado en la literatura a lo largo del tiempo, en películas, un símbolo de la fortaleza del corazón y la astucia del ser humano contra otro tipo de fuerza fría, calculadora y sin sentimientos, como si de una escena bíblica se tratase.
KINGS es más que una serie, es el reflejo de un universo de reyes que pueblan el mundo, que descansan al otro lado de tu pared, que pasean por la calle que pisas cada día, que se levantan, comen, rien, lloran y juegan en un juego que es el mundo que les ha sido entregado… porque todos somos nuestro propio rey.
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