Decía Cornelia Funke en uno de los párrafos más bellos e inspiradores que he podido leer jamás, en su libro "Corazón de Tinta", que a nada se pegan mejor los recuerdos que a las páginas impresas, pudiendo recordar el momento en el que leímos un libro como si cada una de sus páginas fuesen un aroma que trae recuerdos y nos transportan mágicamente al lugar donde todo ocurrió.
Tengo muchos recuerdos de Perdidos, de cuando aún nadie conocía la serie en nuestro país y sólo algunos disfrutábamos de ella cuando llegaba cada primavera a las pantallas, tras varios meses de espera de traducción y doblaje, que antes eran interminables y que seis años después se han reducido a tan sólo una semana de diferencia e incluso la emisión simultánea. Sería de locos intentar abarcar en unos cuantos párrafos las impresiones de una serie que ha ocupado en mi vida el lugar más importante, por encima de coches fantásticos, de visitantes, de angelas chaning malvadas, a los que guardo con cariño… por eso, como si de un viaje se tratara y porque englobar la esencia del mismo sería una tarea imposible, prefiero recordarlo en diapositivas, como cuando llegas con las maletas a casa tras el largo recorrido, sacas la cámara de fotos y, mientras miras la pantalla y van pasando una a una, entonces se dibuja una sonrisa en tu rostro y comienzas a recordar sensaciones y momentos especiales que viviste.
Me resistía a pensar que PERDIDOS acabase, no fui consciente de ello hasta que vi el final del episodio 6×14 "El Candidato", entonces supe que todo estaba llegando a su fin y que no había vuelta atrás.
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