Para entender bien el por qué este episodio, el numero 7 de la Temporada 3 de Mujeres Desesperadas, se convirtió aquel día en el mejor episodio que haya visto jamás en una serie, es necesario haber entendido la historia de los 6 episodios anteriores e incluso de haber entendido a Lynette Scavo en las temporadas previas. Pero es algo subjetivo, el día, la hora, el tiempo, la motivación y el estado de ánimo… aunque no pudo ser sólo eso. El sentido a cada segundo de este episodio se recoge de todos los anteriores y se convierte por méritos propios en su propia esencia, la de la mujer desesperada.
Me senté a ver el episodio, a disfrutar, y los momentos fueron sucediendose uno tras otro, en un ritmo constante donde la tensión iba creciendo, lo que empezó como una simple palabra fue haciéndose más y más temible hasta que estalló la locura, la verdad, la indignación, esa parcela de humildad y de verdad rabiosa que estalla en todos alguna vez cuando no aguantamos más a otra persona por el mal que nos causa y entonces le decimos con una rabia incontenida todo lo que pensamos sin pararnos a pensar en las consecuencias.
Un capítulo que empieza con un sueño, que continúa con la realidad más aterradora y que finaliza con otro sueño en el que siempre existe alguien que nos calma por la noche ese dolor que nos mata hasta decir basta.
Así culminó el mejor episodio de una serie que jamás haya visto.
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