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SAN VALENTÍN

Sábado 2 de Julio de 2011 20:22
 

SAN VALENTÍN

En un 14 de febrero, la profesora Umbridge llegaba a su despacho resoplando de cansancio, ya que había ido corriendo desde la tienda de Honeydukes de Hogsmeade hasta el tercer piso del castillo. Al llegar, cerró la puerta con un puntapié, y se quitó el gran abrigo rosa que llevaba puesto, y que la hacía parecerse a un sapo con más de 9 meses de gestación, incluso más de lo que ya se parecía. De debajo del saco de ropa, extrajo una caja de color rosa, en forma de corazón y con un lazo rojo en medio. Obviamente solo podía tratarse de un regalo para alguien a quien la señora le tenía un aprecio desesperante, y todavía más que eso, porque se trataba ni más ni menos que un regalo de San Valentín. ¿El supuesto "afortunado"? Solo ella y el narrador lo saben. La bruja con cara de sapo, depositó la caja con mucho cuidado encima de la mesita, adornada también con un mantel rosa. Entonces, echó un vistazo rápido al resto de su despacho, y vio como los gatitos de los platos colgantes de la pared asomaban sus cabecitas con curiosidad, y luego volvían a desaparecer por Merlín vete a saber donde.

- Soy muy feliz –dijo la bruja en voz alta, completamente fuera de lo obvio – Hoy por fin le tendré en mis manos.

La señora cogió su perfume de Merlín vete a saber qué, y se echó unas tres gotas, y al no poder estar más chiflada de lo que ya estaba, cogió su saco de patatas rosa, se lo puso de nuevo, y corrió a toda prisa por las escaleras con el supuesto regalo en la mano. Ahora ya le daba igual que alguien la viera, lo único que su cerebro deseaba era dar con su amante secreto, sin importarle nada más. Pero como estaba yendo más veloz que una Saeta de Fuego a propulsión, la mujer se tropezó con el penúltimo escalón, y por poco se dio un morrazo, de no ser por el profesor Snape, quien al pasar por allí, la sostuvo por los hombros y la ayudó a levantarse. Umbridge se ruborizó más que un lagarto en época de celo, y como buena hipócrita que era, le pidió disculpas al profesor de Pociones de la escuela.

- Lo siento, señor Snape, me tropecé. –dijo la señora, poniendo voz de cría y cuidando de su regalo, que trató de esconderlo detrás de su espalda.

- Vaya con más cuidado, profesora Umbridge –dijo el otro, frunciendo el ceño hasta el purgatorio y levantando la ceja hasta el cielo, dejando que su pelo negro sin lavar le tapara los ojos.

- No se preocupe, no volverá a ocurrir. –Y dicho esto, Snape olfateó su perfume e hizo una mueca que fue delatada por la cara-sapo.

- ¿Huele mi fragancia?

- Ni más ni menos.

- ¿Le gusta?

- Como el hedor que desprenden los calderos después de usarlos.

Umbridge se ofendió por el comentario.

- Y usted debería atreverse más a usar champú, que tiene usted una cabellera aceitosa que en cualquier día nacerán olivos de ella . –Dijo ella, enfurecida como ella sola.

- Yo por lo menos tengo la cabellera en mi sitio, pero usted mejor vaya a cambiarse de ropa, que parece un sapo con tres cuartas capas de maquillaje salido de una cuadra.

- Y usted parece un murciélago grasiento, siempre de negro. ¡Aburre!

- Usted desde luego no se queda atrás...

Y así pasaron la maldita tarde, erre que erre con lo suyo. Mientras, en otro despacho del castillo, aguardaba un hombre sentado detrás de una mesa bastante sucia, con los brazos tiesos y mirando a ninguna parte, y de vez en cuando mirando al reloj. Era Filch el celador, esperando la ansiada visita de su amante, la profesora Umbridge, que quedó extraviada a medio camino. El pobre hombre solo le quedaba esperar hasta que la cara-sapo terminara su discurso con el murciélago de las mazmorras y decidiera seguir con su camino o a que decidiera comerse los bombones de chocolate que aguardaban en la caja, presa por el hambre. FIN

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