LOS TRES PAJARITOS
Inspirado en el cuento de los tres cerditos, que me lo contó Hermione y decidí modificarlo por tres pajaritos.
Había una vez tres pajaritos que querían construir su propio nido. Esas aves eran hermanas, y cuando salían a volar nadie podía identificarlas por su nombre, puesto que eran muy parecidas, tan parecidas, que todo el mundo las conocía como "los mosqueteros de los cielos". Aun así, los tres pájaros tenían una edad distinta: el mayor se llamaba Catalino, el mediano, Azuceno, y el más pequeñito, Bernardo.
Un día, el mayor decidió construirse su casita encima de un tronco tallado en medio de un bosque, y para ello usó trocitos de paja. Estaba convencido de que esa casita podría con todo. Mientras, los otros dos hermanos volaron a fabricar sus nidos. Pero al caer la noche, una lagartija se acercó a la casita de Catalino y destrozó su guarida, mientras el pobre pájaro volaba asustado hacia la casita de su hermanito mediano, evitando caer en las garras del hambriento reptil.
El pájaro mediano, que había fabricado su nido con ramitas de pino, se alarmó al ver a su pobre hermano volando como un trueno hacia donde él, mientras que una horrible lagartija lo perseguía a muerte. Azuceno lo dejó entrar, y ambos se cubrieron entre la maderita, pero las garras de la bestia fueron letales y destrozaron gran parte de su casita, y los dos pájaros salieron volando, huyendo de aquel terror, y no se detuvieron hasta llegar donde el más pequeño de los pajaritos, Bernardo, había levantado su nidito, hecho con cemento. Estaba convencido de que ese material era inmune a cualquier enemigo. Ambas aves se escondieron en su casa, y cuando el lagartijo llegó, y quiso hacerles correr la misma suerte, se quedó boquiabierto, ya que no pudo ni siquiera arañar la casita. Aburrido por no poder hacer nada, el lagarto emprendió su camino de regreso, pensando en buscar otro animal que no sea tan listo y así, poder comérselo más fácilmente.
Cuando Catalino y Azuceno le preguntaron de donde había sacado cemento para la construcción, el pajarito tan solo se limitó a sonreír.
- Lo cogí de unas obras. A veces vale la pena ser un lazarillo.
Hace ya una cantidad de años que desconozco, aparecieron por las calles una enorme cantidad de pancartas donde se publicaba una noticia que causó el terror a todo el mundo mágico. Un mago llamado Tom Riddle, pero que se hacía nombrar Lord Voldemort porque decía que le hacía sentir importante, se manifestó porque quería arrasar el pánico a todo Merlín, y para ello buscaba a brujos y brujas decentes para que se unieran con él. La normativa tenía que ser la siguiente:
• Ser sangre-pura. En otras palabras: ser nacido de personas mágicas. En caso contrario, te mandaban a la cuadra con los cerdos de golpe.
• Tener debilidad por el Lord, algo que no sucedía a menudo, porque la mayoría que se unieron con él fue por provecho propio y no por amor a esa serpientezuela, porque ya me dirán quién puede llegar a es tan bobo de caer rendido a los pies de tal cosa...
Quizá Bellatrix.
• Ignorar la existencia de un cirujano que pueda hacerte una reparación en la cara. En el caso de Riddle eso era misión posible, porque ni con una varita era capaz de arreglarse el feo rostro que adornaba sus facciones. La justificación a tanto adefesio está en este apartado.
• Pertenecer a la Casa Slytherin. La mayoría de mortífagos fueron seleccionados para esta Casa, pero existe alguna excepción, como el caso de Peter Pettigrew, conocido también como Colagusano, que habitó en Gryffindor.
• Tener mucho dinero y una buena vivienda por si el Lord le apetecía acceder a tu portal para sus bienes personales y humillarte en tu propia propiedad. Había que tener narices...
• Tener la piel "limpia" de tatuajes, ya que, como todos tenían que recibir su Marca Tenebrosa en el brazo, la superficie tenía que estar impecable, así que no se aceptaban emos.
• Ser propenso a la infección de enfermedades malignas, como la Voldemofobia, la Kakadura, o la pérdida del cabello. De esta manera, conseguías volverte más adicto al Lado Oscuro días tras día.
• Tener preferencia por el color negro. Si tu color favorito era el rosa, no eras para nada de buen ver entre el grupo.
• Y por último, tener envidia de Harry Potter por tener más poder y destrozar al Lord con tal solo un añito.
Y quién sabe. Hoy en día estoy convencido de que hay más detalles que caracterizan a los mortífagos y a su Señor Tenebroso, pero como soy el ignorante number one de este tema, me niego a ofreceros más cosas. Lo que sí puedo deciros es que las cookies están servidas. Pues el Lord pierde cada año más del 5% de sus sirvientes (el porcentaje total de servidores del Lord no supera al 7%).
Ahora, cada vez que el Lord se molesta en colgar carteles de publicidad con tal de conseguir más siervos, lo único que lees es:
"Join to the Dark Side, we have cookies for you"
Y quién sabe si también te daban algún que otro abrazo torpe...
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Nota: espero que sepan inglés....
SAN VALENTÍN
En un 14 de febrero, la profesora Umbridge llegaba a su despacho resoplando de cansancio, ya que había ido corriendo desde la tienda de Honeydukes de Hogsmeade hasta el tercer piso del castillo. Al llegar, cerró la puerta con un puntapié, y se quitó el gran abrigo rosa que llevaba puesto, y que la hacía parecerse a un sapo con más de 9 meses de gestación, incluso más de lo que ya se parecía. De debajo del saco de ropa, extrajo una caja de color rosa, en forma de corazón y con un lazo rojo en medio. Obviamente solo podía tratarse de un regalo para alguien a quien la señora le tenía un aprecio desesperante, y todavía más que eso, porque se trataba ni más ni menos que un regalo de San Valentín. ¿El supuesto "afortunado"? Solo ella y el narrador lo saben. La bruja con cara de sapo, depositó la caja con mucho cuidado encima de la mesita, adornada también con un mantel rosa. Entonces, echó un vistazo rápido al resto de su despacho, y vio como los gatitos de los platos colgantes de la pared asomaban sus cabecitas con curiosidad, y luego volvían a desaparecer por Merlín vete a saber donde.
- Soy muy feliz –dijo la bruja en voz alta, completamente fuera de lo obvio – Hoy por fin le tendré en mis manos.
La señora cogió su perfume de Merlín vete a saber qué, y se echó unas tres gotas, y al no poder estar más chiflada de lo que ya estaba, cogió su saco de patatas rosa, se lo puso de nuevo, y corrió a toda prisa por las escaleras con el supuesto regalo en la mano. Ahora ya le daba igual que alguien la viera, lo único que su cerebro deseaba era dar con su amante secreto, sin importarle nada más. Pero como estaba yendo más veloz que una Saeta de Fuego a propulsión, la mujer se tropezó con el penúltimo escalón, y por poco se dio un morrazo, de no ser por el profesor Snape, quien al pasar por allí, la sostuvo por los hombros y la ayudó a levantarse. Umbridge se ruborizó más que un lagarto en época de celo, y como buena hipócrita que era, le pidió disculpas al profesor de Pociones de la escuela.
- Lo siento, señor Snape, me tropecé. –dijo la señora, poniendo voz de cría y cuidando de su regalo, que trató de esconderlo detrás de su espalda.
- Vaya con más cuidado, profesora Umbridge –dijo el otro, frunciendo el ceño hasta el purgatorio y levantando la ceja hasta el cielo, dejando que su pelo negro sin lavar le tapara los ojos.
- No se preocupe, no volverá a ocurrir. –Y dicho esto, Snape olfateó su perfume e hizo una mueca que fue delatada por la cara-sapo.
- ¿Huele mi fragancia?
- Ni más ni menos.
- ¿Le gusta?
- Como el hedor que desprenden los calderos después de usarlos.
Umbridge se ofendió por el comentario.
- Y usted debería atreverse más a usar champú, que tiene usted una cabellera aceitosa que en cualquier día nacerán olivos de ella . –Dijo ella, enfurecida como ella sola.
- Yo por lo menos tengo la cabellera en mi sitio, pero usted mejor vaya a cambiarse de ropa, que parece un sapo con tres cuartas capas de maquillaje salido de una cuadra.
- Y usted parece un murciélago grasiento, siempre de negro. ¡Aburre!
- Usted desde luego no se queda atrás...
Y así pasaron la maldita tarde, erre que erre con lo suyo. Mientras, en otro despacho del castillo, aguardaba un hombre sentado detrás de una mesa bastante sucia, con los brazos tiesos y mirando a ninguna parte, y de vez en cuando mirando al reloj. Era Filch el celador, esperando la ansiada visita de su amante, la profesora Umbridge, que quedó extraviada a medio camino. El pobre hombre solo le quedaba esperar hasta que la cara-sapo terminara su discurso con el murciélago de las mazmorras y decidiera seguir con su camino o a que decidiera comerse los bombones de chocolate que aguardaban en la caja, presa por el hambre. FIN