Ayer salió Chiqui, quedándose a las puertas de la final. Contra la exgranhermana se enfrentaba Nacho Montes, ese concursante que no merece que le denominemos como Superviviente, acostumbrado a una audiencia, que le salva para conservar un espectáculo bochornoso a cambio de tirar por tierra la esencia de este formato: el esfuerzo y el afán de superación. El personaje de Montes ha sido sombrío y patético, dejando entrever que no es tan culto como presume desde años en los platós de televisión. Ha sido este concurso, el que le ha quitado esa careta al parásito de la isla, mucho más peligroso que cualquier insecto desconocido, al ponerle una sencilla prueba que Nacho no supo superar: el maestro de protocolo y autor de varios libros, desconoce cuantos años contiene un lustro, pero se le da de guasa aclamar y divulgar expresiones tan bien sonantes como me toca la polla, te meto un pollazo, os voy a dar por culo a todos, o es un retrasado orangután sin estudios...
Animo a Telecinco a que produzca una nueva edición de Las joyas de la corona, y que en esta ocasión participe nuevamente Nacho Montes, aunque estaría bien que lo hiciese como alumno a ver si aprende realmente lo que es el respeto hacia los demás, ya que con sus compañeros ha sido de lo más mezquino y ofensivo. El paso de Nacho Montes por la isla ha sido lineal y ha estado muy lejos de transmitir a la audiencia el verdadero significado de la supervivencia. Hasta la que parecía que iba a ser su amiga de por vida, ha manifestado después de su salida, que realmente Nacho no se esforzaba ni en organizar la comida que el resto de sus compañeros conseguían mediante la pesca y las pruebas de recompensa. Él consideraba que con abrir y cerrar la tapa de la cacerola era suficiente, pues para cocinar cualquier guiso, el maestro de protocolo, necesitaba estar rodeado de pinches. Pero no ha sido esa la única estrategia de Montes. Una vez pillado por el resto de concursantes, Nacho se distanció conscientemente del equipo para ofrecerle a la audiencia una imagen de victimísmo que resulta patética y poco creíble.
Parece mentira que este personaje pueda encontrarse entre los finalistas, pero lo cierto es que aún tiene un duro reto por delante: eliminar a Rafa Lomana una vez aterricen los últimos cuatro concursantes en Madrid. Sería un autentico placer que el amigo de Marta Valverde se quedase a las puertas de la final, tirándose probablemente al suelo como ya hizo en la edición del 2011 Sonia Monroy. Nacho Montes no se merece otra cosa que saborear la gloria sin poder degustarla por completo, y es que Lomana, es mucho Lomana, y no sería nada justa su expulsión, habiéndose encontrado el concursante durante cinco semanas en ese reducido palafito, cortándose con el machete en varias ocasiones. Ya creía yo que el pobre, en una de estas, volvía a España sin alguna de sus extremidades.
No espero nada, ya que no logro comprender como la prepotencia de Montes ha logrado llegar hasta aquí, logrando vencer a supervivientes como Katia Aveiro y Chiqui. Él, con jugar a esa ridicula conquista donde ponía en mas de un aprieto a Pascual y a Tony, ha tenido suficiente. Nacho ha demostrado que la bufonada y la memez no tienen limites. Él es la viva prueba de ello, ya que su concurso ha sido justamente ese, el de la irrisión y la excentricidad. Algo menos parecido ha sido el de Yong, un participante cuyo máximo propósito ha sido dormir y jugar a hacerse el tonto, siendo mucho más listo de lo que sus compañeros consideran. Yong junto a Nacho, cuenta con muchas papeletas para hacerse con la victoria de este concurso: llevar la misma camiseta durante todas las galas, y contestar al presentador con expresiones atípicas han conducido al chino a situarse entre los primeros puestos para ganar este concurso, algo totalmente injusto. Aún quedan dos esperanzas para que el falso protocolo y la pereza personificada no logren poner en peligro el nombre de este formato, y esas dos, tienen nombre propio: Abraham y Lomana.