Todos los que entramos en esta página o al menos, una gran mayoría, somos conscientes de que la televisión es el medio de comunicación más denostado en la actualidad. Una gran cantidad de espectadores se ven obligados a dar explicaciones o a justificarse ante un entorno, que considera gran parte de la parrilla televisiva telebasura; término que siempre me ha hecho gracia y que nunca me he tomado en serio. Quizás fuese Gran Hermano, (que el día 23 de este mes cumple catorce años desde que abriese las puertas de su primera casa en Soto del Real) el que abrió este debate entre los críticos de televisión, para ser trasladado posteriormente a esos ciudadanos de a pie que opinan libremente sobre lo que emiten las cadenas. El remate fue Aquí hay tomate, programa gamberro que se atrevió a darle a la prensa del corazón un tratamiento diferente al que nos tenían acostumbrados: los famosos dejaron de ser ejemplos a seguir para ser personas con alguna que otra miseria al igual que la audiencia. Ese fue el secreto de su éxito: convertir a personajes supuestamente extraordinarios en personas ordinarias, esa misma plebe que conectábamos con el programa diariamente.
Sin duda alguna, el icono y el centro de todas las criticas que luchan por el fin de estos contenidos, no es otro que Sálvame. El magacín diario ha sabido sobrevivir a los críticos y a los espectadores más intolerantes que no dudan en catalogar a los seguidores de estos contenidos usando términos tan peligrosos como 'ignorantes', 'incultos', y una larga ristra que preferiría no detallar. Y es que es evidente que a muchos sectores les molesta que la televisión refleje lo que realmente se hace en la calle: sálvame no deja de ser un patio de vecinas, trasladado a un plató de televisión donde los colaboradores van al cuarto de baño libremente, meriendan, y sacan los trapos sucios del de al lado. Algo que afortunadamente hacemos muchos en nuestras casas, porque el ser humano siente la necesidad imperiosa de opinar sobre lo que le rodea, y si se hace un poquito de sangre, mejor. Lo que es indudable, y es ésta es la herida que mas escuece a todos esos críticos que se escandalizan cuando ven a la Esteban masticar con la boca abierta de vez en cuando, es el apoyo masivo del público al programa. Un apoyo que la dirección ha sabido ganarse al introducir elementos nunca antes vistos en la televisión: no son solo los colaboradores los protagonistas del programa. Ahora también puede disfrutar el espectador de la trastienda del plató y de los directores de este surreal patio. En Sálvame hay sitio para todos, desde sastrería, becarios, y también trabajadores de la cadena que deambulan por los pasillos de la misma. Realización novedosa cuanto menos, al ser casi todo emitible: si es conveniente, el cámara sale del plató para perseguir a Lidya Lozano en plena crisis emocional o para pillar in fraganti a alguna viceversa del programa matinal recién maquillada.
Pero no nos olvidemos del detalle y el secreto fundamental: si sálvame ha triunfado es por el culebrón de vértigo que viven diariamente los colaboradores del patio más famoso de España. Los eruditos de la información prefieren sentenciarlos declarando que 'venden su alma al diablo'. Yo, que me tomo la vida con más humor e intento disfrutar de todo sin creerme maestro ni juez de nada ni de nadie, prefiero denominarlo generosidad, exceso de cara y valentía; porque para tener jeta, hay que tener un par de huevos y no tener prejuicios, o al menos, intentar quitártelos de la cabeza. El colaborador de turno, a parte de opinar sobre los temas establecidos por dirección, se moja hasta tal punto de que en ocasiones, se pone como ejemplo mostrando su carácter y declarando sus problemas personales a una audiencia hambrienta por sentirse identificada con las estrellas del programa. Una vez que el colaborador entra en este juego, son sus compañeros los que mediante réplicas y críticas, conviertan a la plantilla de colaboradores en el máximo centro de interés. Un neorrealismo televisivo diario donde los cebos protagonizados por las vidas de los colaboradores suponen el máximo aliciente y relleno del programa. El patio de Sálvame triunfa porque no falta ninguna figura, aunque los colaboradores intercambien papeles de vez en cuando. Al igual que en la sociedad, en Sálvame encontramos roles como el de victima, el de juez, el metemierdas o el valiente. Los colaboradores son como los espectadores, aquí no hay sitio para el ser excepcional, y eso, por mucho que le pese a la critica, es lo que le gusta a la gente: mirar la tele como si esta fuese un espejo, y sálvame desempeña esa función a la perfección.