Hace ya varias semanas que el programa Sálvame abría una encuesta para elegir a la reina de las tardes de Telecinco. Si fuese yo el responsable de esa decisión, no tendría ningún dilema ni ninguna duda al respecto...
La verdad es que si tuviese unos años más, me hubiera gustado cruzarme con una mujer como Mila Ximénez, pero no me estoy refiriendo a un contexto televisivo. Hablo de la cotidianidad de la vida diaria, la que te obliga a cruzarte con personas diferentes todos los días. Mila es de esas con las que a uno le agradaría tomar un café, escucharla y tomar lecciones de vida, y es que las enseñanzas solo pueden adquirirse con el paso de los años; mi abuela me repetía una frase constantemente que se me quedó grabada, nacemos tontos y morimos sabios.
Mi interés por Mila proviene de que a pesar de no conocerla íntimamente, intuyo que es una persona a la que los avatares de la vida le han hecho lo suficientemente fuerte para no tener miedo a la verdad; un concepto que hoy en día se encuentra en decadencia, y digo esto porque cuando la propia Mila se siente amenazada por terceros, siempre afirma que ella no le tiene miedo a nada, refiriéndose claramente a lo que los demás puedan expresar sobre ella. Y alguien que dice eso, es porque tiene muy asumido, todo lo bueno y lo malo que ha vivido, pudiendo mirar a la vida de frente.
Ella es la única que para mí no representa ningún papel dentro del espacio más colorido de la televisión. Cuando se enfada se implica al máximo y cuando ríe lo hace como una niña. Detrás de sus explosiones de genio, uno se percata de que algo muy dentro de ella salta como un resorte, haciéndole olvidar donde está y las consecuencias que esto pueden acarrearle; porque Mila sobre todo, no puede con las medias verdades. Ella no contempla la traición ni tampoco es partidaria de las medias tintas. Factores que indican clarisimamente que la protagonista de este post, ha sufrido la traición en primera persona en innumerables ocasiones, con el correspondiente dolor que esto acarrea; y no voy a ocultar que sigo a Mila desde sus colaboraciones en Crónicas Marcianas, cuando tenía dieciséis años y me escondía detrás del sofá, para quedarme embobado con un carácter que a veces no lograba comprender, pero que aun así me cautivaba. Por aquel entonces yo estudiaba bachillerato y me debatía entre Periodismo y Psicología como opciones para entrar en la universidad. La atracción que sentía por Mila era tajante; un personaje repleto de claroscuros que me fascinaba y embobaba, ya que conseguía que empatizara con sus reacciones, sin dejarme dominar por unas apariencias demasiado fáciles para todos aquellos a los que no les gusta ahondar en un personaje ni buscar un porque, limitándose simplemente a aportar su opinión en forma de sentencia como si de un juicio se tratara; algo, por otra parte comprensible dentro de la función de este medio para con la audiencia. Hoy sé que esa fuerza que irradia Mila no se aprende en una universidad ni con ningún máster. Es algo que sale de dentro y que sólo se consigue habiendo experimentado una vida muy vivida, con todo lo que eso conlleva.
Hay expresiones en Mila que sólo se entienden cuando uno tiene la suficiente empatía como para percibir que sus palabras vienen desde una verdad marcada por una serie de experiencias que han hecho mella en la colaboradora, y que esas mismas experiencias que en su día pudieron atormentarla, hoy le han hecho ser la persona grande que es, diferenciándose de algunas de sus compañeras que necesitan montarse cada día un cuento nuevo para seguir ocupando silla. Una silla que sí abandonase la mujer de la que hoy hablamos, quedaría huérfana con un hueco que no podría ser reemplazado por nadie, porque para mí y para muchos de vosotros, su esencia es única; y es que a Mila, los que intuimos conocerla, no podemos evitar admirarla y sentir ganas de protegerla, porque a ella no le hacen falta trivialidades ni adornos para destacar ante los demás. Su transparencia, que deja al descubierto en cada entrevista y opinión que da, nos permiten vislumbrar un trocito de su verdadera personalidad; y aunque muchos de vosotros la odiéis o no os guste, lo cierto es que su magnetismo no deja indiferente a nadie, despertando continuamente sentimientos en todos aquellos que se encuentran al otro lado de la pantalla. Estas son en pocas líneas, la esencia y las claves del éxito de una gran comunicadora que con el paso de los años ha logrado reinventarse convirtiéndose en una grande. Y ahora que me pregunten a mi quien es la reina de Sálvame.