Es una pena, pero así es. Maite, primera expulsada de Gran Hermano, ha dejado de ser graciosa para convertirse en un personaje vulgar y despreciable. Sus últimas intervenciones en televisión y en las redes sociales lo demuestran, y es que poco se puede esperar de una madre que se va jactando de mantener relaciones sexuales con los novios de su hija. Maite ha cruzado esa línea que separa la sorpresa de la indignación; a ella le da exactamente igual todo, solo le importa ser el centro de atención, aunque para ello tenga que eclipsar el paso por la casa de su propia hija.
Atrás ha quedado esa mujer que logró impactarnos gracias a una naturalidad excesiva. Esa a la que tanto defendimos, ha decidido hacer de la desfachatez su modo de vida. En los platós prefiere narrarnos sus lavativas y exigir su repesca que defender a su hija con algo de juicio. Sus pedos y sus histriónicas experiencias sexuales son más importantes para ella que el hecho de que conozcamos con más profundidad a Sofía.
No Maite, yo no insistiré ni pediré tu repesca. Más que nada, porque no aportarías nada que no fuera fingido y porque estoy seguro que no harías otra cosa más que perjudicar a tu hija. Es lo que llevas haciendo desde que saliste de la casa, tan obcecada siempre en gozar de dosis de protagonismo al precio que sea aunque para ello tengas que insultar gravemente a un concursante a través de una red social sin pararte a pensar en el daño que puedes llegar a hacer. Pero claro, difícilmente puedes respetar a los demás si no te respetas a ti misma.