Año 2016. OT estaba tumbado en el sofá contemplando una estantería llena de discos de oro y collages de sus fans. Escuchaba un cassette de Bisbal ya casi rallado mientras se preguntaba cuál sería el próximo reto de Pilar Rubio en el Hormiguero. En la pared colgaban ocho retratos: el primero de Rosa, el último de Nahuel. “¿Y qué será de Nahuel?”. En un impulso, OT se levantó del sofá y se acercó al cuarto retrato, el de Sergio Rivero, y en un susurro le dijo “tell me cuando, cuando, cuando”.
De pronto, sin haberlo siquiera imaginado, la tele de OT se encendió y allí la vio a ella. Rosa caminaba por el plató vacío, mirando los cables y acariciando la barandilla de las escaleras. Pronto aparecieron Àngel y Nina. ¡Ostras, hasta Juan Camus!. Sus chicos preferidos en pantalla.
Y tan pronto se apagó la tele el viejo VAIO de OT emitió un sonido. Tenía un nuevo mail. El primero en mucho tiempo. “OT, soy Televisión Española. Saca el taco de pegatinas, empezamos los castings de nuevo”.
OT se quitó los leggins de Batuka, se enfundó unos jeans y empezó a recorrer España persiguiendo su sueño de nuevo. Se cruzó con jóvenes que jamás le habían visto y les escuchó cantar canciones que no conocía. “¿Encajará esta música en el Caribe Mix?” se preguntó. Tenía dudas y mucha incertidumbre, pero no se deprimió. Se descargó Twitter, Youtube y hasta el Shootr. Aprendió a usar las redes hasta que se convirtió en el mejor. Y cuando estuvo seguro de sí mismo empezó la fiesta de nuevo.
Volvió a llenar sus estanterías de pancartas y discos de Oro. Se suscribió a Spotify y empezó a Twittear como un loco. En poco tiempo volvió a nombrar a una Reina e incluso a su consorte. Volvió a firmar discos a granel, a irse de viaje por Europa, a llenar páginas de periódicos y horas de radio. Esta vez hasta los cantantes de siempre le querían. Se comprometió con su entorno, se volvió reivindicativo, luminoso, estaba más guapo que nunca.
Sin acusar el cansancio siguió la fiesta durante un año entero. Sacó singles, discos y libros. Llenó photocalls y kilómetros y kilómetros de Twitter. Por llenar, llenó hasta el Sant Jordi, el Bernabéu y el Teatro Real. Y sin apenas descansar, volvió a sacar el taco de pegatinas. Retomó su búsqueda de talento y cuando lo encontró le abrió las puertas de su casa.
El 19 de septiembre de 2018, aunque agotado por todo lo vivido, encendió las luces de su nuevo plató. Estaba más preparado que nunca. Quemó la noche. Se fue de fiesta rodeado de caras nuevas y con una multitud que lo aplaudía. Agrandó el escenario, invitó a más público y logró sonar a la perfección. Afinó, y sorprendió. Bordó su regreso y se fue a dormir feliz.
Sin embargo, al día siguiente despertó con un malestar inusual. Sería la resaca. Sintió el cansancio acumulado de un año de locura y cuando miró a los nuevos le parecieron extraños. Reivindicativos pero evidentes, emocionados pero vacíos, encerrados en una escuela pero con la mente fuera de ella.
Entre los aplausos comenzó a escuchar algún pitido e incluso abucheos escritos con elegancia. Vio cómo la multitud cada día se hacía un poco más pequeña. Se tambaleó ligeramente y dudó, hasta que se enfadó consigo mismo. Se revolvió y se agitó, se reveló. Y cuando se agotó de luchar contra su realidad se miró en el espejo, se aceptó y volvió a comenzar de nuevo.
Aprendió a sortear polémicas e indignaciones con elegancia y un punto de pasotismo. Miró hacia atrás y se dio cuenta de que la fiesta vivida no se repetiría, así que mejor centrarse en la fiesta por vivir. Se olvidó de las habladurías e hizo florecer el talento. Avanzó por el tiempo con sencillez y honestidad, sin pretenderse nada pero confiando en él. Descubrió que el éxito era algo ajeno a su voluntad, impredecible, incontrolable e imposible de buscar. Se recordó tumbado en aquel sofá y se dijo a sí mismo “¡shhhhh!, esto vamos a disfrutarlo”.
Y así se acercó al final de su año. Centrado en su academia e intentando no pensar más allá de la siguiente canción. Se reconoció rodeado de increíbles talentos y les comenzó a querer. No sabía qué les esperaría cuando volvieses a su casa, pero sabía que ahora eran mejores. Habían aprendido que no hay éxito sin trabajo, y que el triunfo sólo podrían encontrarlo en la propia música.
El 7 de diciembre de 2018, poco antes del cierre final, se fue de fiesta con los suyos. Había gente mirándolos por la ventana, pero no les prestaba atención. Ahora sí, estaba disfrutando del presente. Si tenía que volver al sofá, al menos lo haría con nuevos recuerdos. Y mientras tanto, hasta que se apaguen las luces “descansen y tiren pa’ dentro”.
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