Intento aprovechar las oportunidades que se me presentan pero al final todo se acaba desvaneciendo, haciéndome perder la ilusión por aquello que me motivaba; las puertas entreabiertas de antes se han cerrado de un portazo, no sé si por un golpe de viento o porque yo lo provoque. Desde luego, a este lado de la puerta no hay nada: no hay ni un resquicio de luz, ni un asiento sobre el que descansar, ni una mano amiga que me sujete, ni una brecha en la pared por la que respirar. Ni siquiera un pedazo de tela con el que cubrir mi desnudez.
Por el contrario, al otro lado de la puerta hay grandes fachadas; algunas de colores vivos, cálidos, otras siniestras. 'Porque en este mundo tiene que haber de todo", dicen. Curiosamente a las primeras es a las que más temo, las que más respeto me dan. ¿Y si esos colores no son tan auténticos? ¿Y si la pintura se va al primer contacto con una gota de agua? Puede que hayan sido pintadas con témperas o acuarelas; puede que yo también. En cualquier caso, tanto unas paredes como las otras son endebles. Se resquebrajan al menor soplo cual castillo de naipes, y si al derrumbarse pueden provocar el mayor estruendo, mejor que mejor. Esto se me está yendo de las manos, ¿no?
Desafortunadamente, me olvidé la llave fuera. Espero que cuando consiga salir queden rayos de sol para mí, y que no me cieguen. Espero que para entonces no sea tarde y haya llegado el invierno. Espero que, de ser así, alguien me ceda su abrigo. Y sobre todo, espero que para entonces la luz optimista de la Afortunada no se haya apagado por completo.
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