Abrió los ojos y los suaves destellos de luz que entraban por la pequeña ventana le hicieron cerrarlos
de nuevo. No recordaba donde estaba, ni como había llegado allí. La única imagen que se dibujaba en su mente era aquella luz blanca que lo inundó todo y la oscuridad que la siguió. Sentado en el coche intentó moverse, tenía el cuerpo entumecido, apenas sentía los pies y los brazos que caían a ambos lados de su cuerpo le pesaban como si fueran de acero. Intentó recordar el tiempo que llevaba en la misma posición, horas, muchas horas o quizás un día entero, no lo supo con certeza.
Sus ojos tardaron un par de minutos en acomodarse a la luz y poder confeccionar una imagen
nítida del garaje. Observó la estancia con detenimiento, buscando algo que le hiciera evocar algún atisbo de familiaridad, todo fue en vano. Una vez sintió que la sangre le llegaba a los dedos de los pies intentó salir del vehículo, pero algo lo mantenía pegado al asiento, algo que le tiraba hacia atrás y le oprimía el pecho. Alzó su mano derecha y se palpó el torso sobre la ropa, descubrió aquello que lo mantenía retenido. Intentó zafarse del cinturón de seguridad sin éxito, tiró de el con todas las fuerzas que aun le quedaban, pero le fue imposible. Volvió a intentarlo y el resultado fue el mismo, no había manera de que aquello lo dejara marchar. Buscó el final del cinturón con la vista, llegando al cierre de seguridad, lo palpó buscando una forma de deshacerse de él. Pasó varios minutos manipulando el enganche, tirando con todas sus fuerzas, zarandeándolo de mil maneras hasta que por fin, de pura casualidad, apretó el botón y el cinturón lo liberó. Respiró profundamente al verse libre y una extraña sensación de victoria lo invadió.
La puerta del coche permanecía abierta por lo que se dispuso a bajar, puso un pie sobre el suelo,
luego el otro, sacó el cuerpo no sin antes golpearse la cabeza al salir. Las piernas le flaquearon y se fue al suelo. Sintió el frio suelo sobre la mejilla, respiró fuertemente y apoyándose sobre las manos volvió a incorporarse, se tambaleó, pero esta vez pudo mantener el equilibrio. No sabía a donde dirigirse, el garaje estaba lleno de estanterías, sobre ellas algunos botes de pinturas, decenas de herramientas de bricolaje y alguna que otra maceta con aspecto descuidado. A la izquierda, apoyada sobre la pared había una bicicleta pequeña con un par de ruedas pequeñas en la parte trasera y una cesta en el manillar. Al fondo comenzaban unas escaleras que debían comunicarse con la planta baja de la casa. Estudió durante unos segundos cada rincón, por más que se empeñaba, nada le resultaba familiar. Avanzó hacia las escaleras sin saber muy bien hacia donde le conducirían. Le costó subir los primeros escalones, pues aun andaba un poco justo de fuerzas. Apoyó la espalda sobre la pared y no sin esfuerzo consiguió llegar al final, empujó la puerta del sótano que permanecía semiabierta y entró en la cocina.
Sus ojos sintieron un fogonazo de luz, instintivamente se tapó la cara con las manos
. Volvió a perder el equilibrio pero esta vez evitó caer apoyándose sobre la mesa de la cocina. Sobre la mesa aun quedaba un plato con una pequeña porción de pizza ya reseca y un poco de refresco en un vaso. El ambiente en la casa era extremadamente tranquilo, parecía que no había nadie en ese momento. Nadie diría que allí vivía alguien a no ser que se fijara en el par de platos que esperaban ser limpiados sobre el fregadero. Observó la pizza, solitaria en el plato, no se había dado cuenta antes pero una gran sensación de sed y hambre se habían apoderado de él. Alargó el brazo, la cogió entre sus dedos y se la llevo a la boca, un par de mordiscos le bastaron para acabar con tan pobre menú. Su sabor le resultaba extraño, estaba rancia, no recordaba haber comido nunca algo como aquello pero aun así, su estomago lo agradeció. Tenía la boca pastosa y en la comisura de sus labios se había acumulado baba reseca, a pesar de ello no se bebió el refresco que quedaba en el vaso. Examinó la cocina en busca de más comida, la pizza le había sentado bien, pero su cuerpo le pedía más, algo más...reciente. Seguramente hubiera encontrado algo de haber mirado en alguno de los estantes o en la nevera que estaba junto a él, no lo hizo, solamente paseó su vista por la estancia buscando algo que estuviera al alcance de la mano, y no tuvo suerte.
Atravesó la puerta de la cocina que comunicaba con el recibidor, observó las escaleras
que nacían junto a la puerta del salón, frente a él. Se decidió por entrar en el salón, avanzó lento pero decidido, pero justamente al pasar junto a la puerta de la calle se sobresaltó y dio un par de pasos hacia atrás, algo había hecho saltar su alarma interior. Había visto algo moverse, no sabía muy bien que, pero estaba seguro que lo había visto, allí junto a la puerta de la calle, a un par de metros solamente. Volvió a dar un paso hacia delante observando detenidamente, por si volvía a verlo. Un último paso y... apareció, esta vez no se asustó, siguió acercándose con cautela. Ya solo estaba a un paso de aquella extraña figura. Se miró en el espejo y no se reconoció. Escudriñó aquel rostro que ni por un momento le resultaba familiar, estaba despeinado y tenía aspecto cansado, muy cansado, como si hubiera estado días sin dormir. Le había sangrado la nariz y la sangre se le había coagulado sobre los labios, ni siquiera se dio cuenta de ello. Levantó la manó para tocar aquella extraña figura. Su imagen en el espejo levantó la mano para tocarle también. Este gesto lo asustó, dio un brinco hacia atrás, tropezando con el primer escalón de la escalera y cayendo de espaldas, se incorporó no sin esfuerzo y salió corriendo de nuevo hacia la cocina, la atravesó y fue directo al jardín trasero, no se detuvo ante la gran puerta acristalada que se hizo añicos cuando la atravesó a toda velocidad. Los cristales le produjeron varios cortes, en la cara, manos y cabeza, pero eso no parecía importarle, siguió corriendo por el jardín hasta llegar al muro de ladrillos que lo cercaba. Se detuvo ante la pared, buscando una salida, no se percató ni si quiera de la puerta que estaba a su derecha, como a tres metros. Una sensación de agobio se apoderó de él y le hizo lanzar un grito de impotencia que pudo escucharse a cientos de metros de a la redonda, se dejó caer de rodillas sobre el césped mojado. Era probable que ningún ser humano lo hubiera escuchado.