Me pasa una cosa muy curiosa con Mercedes Milá. Voy a rachas con ella y voy descubriendo que siempre según como se muestre en la pantalla. Me considero, incluso en cierto modo, asiduo a su blog. Pero el caso es que ayer volví a ver la Mercedes que casi desprecio. Por eso hoy entra en La Cueva, porque en la última gala de Gran Hermano pude apreciar ciertos detalles que me gustaría compartir con vosotros.
La cosa empezó ya desde el primer minuto. Lis, a la que muchos habían tachado ya de oportunista y de intentar vender su salida de la casa en algún programa previo pago, aparecía ayer con aspecto angelical frente a una Mercedes Milá contagiada por prejuicios forjados de las declaraciones en los últimos días de la ya 'exgranhermana', y vestida de zanahoria. Guapa, pero con un color calabaza que casi dañaba la vista, por cierto. Con la cara limpia, ojos tristes, pelo liso monjil y sin su tan apreciado sombrero, Lis comenzaba dando explicaciones sobre su premeditada salida de la casa, aquellas que no quiso dar el pasado domingo en el debate. Mercedes, escuchaba, respondía y preguntaba, siempre a un paso entre la empatía y la ironía, algo que no supe interpretar demasiado bien hasta que declaró de forma abierta sus intenciones. Fue en el momento en que Lis reprochaba a la dirección de Gran Hermano, el hecho de haber mostrado a los habitantes de la Casa Espía su acusación sobre la Ángela y Laura. Se defendió argumentando que estaba participando y ella no tenía previsto que las 'acusadas' se enteraran de su jugada, generando el mal rollo posterior por todos conocido. Y no le falta razón. Paréntesis y me explico.
En las 11 generaciones hermanas, no recuerdo un caso tan claro y abierto sobre 'intromisión' de la dirección del programa en los pensamientos de los concursantes. El hecho de acudir al confesionario – vuya forma más correcta es confesonario - debería aportarle esa privacidad, esa intimidad tanto en sus pensamientos como en sus declaraciones de las cuales hace gala el nombre. Porque para eso se creó dentro de la casa. La decisión de emitir las declaraciones de Lis para que el resto de la casa pudiera observarlas me parece algo sin precedentes en la historia del programa. Los concursantes, y redundo, concursan. Lo hacen con estrategias y formas de convivir muy diversas en las que la organización rara vez toma parte y nunca de forma tan directa. En el caso de que Lis hubiera optado por quedarse en la casa, lo podría haber pasado francamente mal.
Fue entonces cuando Mercedes enfureció por dentro. Dejó ver esas contenidas ganas de decirle cuatro cosas y pasó en un instante de la empatía al ataque armada de razones poco convincentes. Decía la presentadora, ayer también hortaliza, que todo lo que se hace y se dice en Gran Hermano se puede mostrar, y el que diga lo contrario es que no sigue el programa. No es verdad, yo lo sigo y lo digo. En ese afán por sorprender continuamente a concursantes y telespectadores, el programa se saltó un aspecto claro, al menos para mí, en las bases del concurso. Mercedes no supo verlo ni entenderlo, ni quiso. Tampoco supo defenderlo y, cada vez que lo hace, se aferra a ese tonito de voz rasgada que en determinados casos resulta insoportable. A veces dan ganas de cogerla del cuello y zarandearla fuertemente para que recupere el raciocinio.
A partir de ahí Lis perdió toda la razón cuando comenzó a hablar de amenazas y agresividad dentro de la casa. Contradecía así lo dicho el pasado domingo. A esta chica le pierde la boca. Lo cierto es que pocos aciertos ha tenido tanto dentro como fuera. Lis perdió el rumbo y Mercedes aprovechó para, tras hacerle cruz y raya, cargársela y propinarle una estocada mortal en plató. Le retiró la plabra y obvió a la concursante el resto de la noche.
Con Lis apartada y según avanzaba el programa, Mercedes corroboró lo que venía pensando desde hace algunos días. Sigue teniendo la fuerza y las ganas de trabajar de siempre pero, en algunos casos, se le escapan detalles que me llevan a pesar en una cierta dejadez por su parte, o más que dejadez… desgaste. No soporta que los concursantes saluden o miren a la cámara, y se lo dice abiertamente. En las entrevistas, si el concursante expulsado mira más de 2 segundos al público para saludar, en enfada y corrige el gesto con contundencia. Me lleva a pensar que la Milá anda un poco apática estos días y tiene menos aguante, menos tolerancia para los que siempre han sido sus niños.
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