Me refiero a esos deseos comunes que comparten casi todos los miembros de la casa en estos momentos, exceptuando a las victimas de los mismos; librarse de
Paula, copárticipe de
Luis, y si me apuro, hasta de
Fran.
Me refiero pues, de una clara mayoría, formada por Alejandra, Omar, Vitín, Yolanda, Jonathan y Juanma, que esperan que este jueves la audiencia salve al buenazo de Vitín para que la minoría siga debilitándose hasta desaparecer; un ejemplo reciente lo encontramos en el debate de ayer, donde demostró ese grupo mayoritario su desacierto al escuchar sin ninguna empatía los alegatos que por orden del súper,
Fran y
Paula, expusieron para convencer a la audiencia votante de lo positivo que significa su permanencia en el concurso. Torpeza que brilló más aun durante el turno de
Vitín, el otro nominado,
donde las primas se atrevieron a lanzarle ropa interior, mientras que Jonathan, Omar y Juanma le vitoreaban como si fuera un campeón con más derechos que las dos personas que anteriormente habían mostrado sus deseos por ser salvados por la audiencia. Aquí está la clave: los espectadores sí saben lo que hacen, en primer lugar porque con su dinero pueden salvar a quienes deseen, independientemente de si optan por salvaguardar la vida virtual de un concursante que no es de verdad.
No estoy diciendo que Paula no sea auténtica, pero es que deberían saber ya todas las personas que entran en Gran Hermano, que también son aceptables los votos de toda esa parte de la audiencia que no cree a un concursante pero que deciden mantenerle en el concurso porque disfrutan más con el supuesto papel de piruleta de ese participante en concreto que con la trayectoria de sus oponentes. Partiendo de esta base, no creo que en esta ocasión se este dando el caso que he expuesto anteriormente, ya que la realidad siempre supera a la ficción y todo resulta ser más sencillo de lo que pensamos: al fin y al cabo Paula no ha modificado su forma de ser dentro de
Gran Hermano, si bien es cierto que con el paso de los días la concursante logró ganarse el corazón de muchos espectadores al mostrar otra cara muy contraria a la que mostraba habitualmente en un inicio, sí, ese carácter reducido y limitado de dar cuatro gritos insoportables.
Paula puede presumir a día de hoy de ser una de las concursantes más sensatas de esta edición, ya que ha sido la única que ha sido fiel a los que confiaron en ella desde un principio. Tampoco hemos visto ninguna provocación mal intencionada por parte de esta concursante, pero sí estamos cansados de ver y escuchar comentarios de sus contrarios cuestionando todo lo que hace, claro problema que no logra vislumbrar por ejemplo
Alejandra, que se queja continuamente, sin ser consciente, de todo lo que hace
Paula: si chilla, porque chilla. Si llora, porque parece que tiene diez años. Si pasa mucho tiempo con Luis, porque se aísla. Si da su opinión durante un conflicto, porque se mete donde no le llaman. Si baila sacando culo, ya tiene la manchega una imitación en el bolsillo para burlarse de su compañera.
Va a ser que la audiencia termina siendo buena y prefiere pasar por alto gritos infantiles, que al fin y al cabo no le hacen daño a nadie, y castigar relaciones en las que sus protagonistas planean ponerle la zancadilla a su adversario creyendo que así llegarán más lejos. Eso no. Los espectadores de momento prefieren perdonar a Luis y a Paula, concursantes que con sus virtudes y defectos, miran por su concurso sin perder el tiempo en hacer arduas estrategias para menospreciar el mérito de sus rivales. Y es que en Gran Hermano siempre ha habido juego limpio y juego sucio, y la audiencia sabe diferenciarlo.