'A dos metros bajo tierra', en el Olimpo de las series inmortales

Si hubiese un Olimpo de las series, 'A dos metros bajo tierra' ocuparía un lugar privilegiado e irrenunciable. Acabo de terminar de ver el último capítulo y aún me pregunto cómo he podido pasar todo este tiempo sin haber visto esta gran obra de arte del medio catódico. 'A dos metros bajo tierra' supera el concepto tradicional de serie de televisión; cada capítulo está escrito con precisión, la dirección es magistral y los actores, sin excepción, te dejan sin palabras. Es un placer que debería ser pecado para los seguidores de series televisivas. El delicado tema de la muerte es el eje argumental sobre el que giran todos los personajes y que marca la estructura de los episodios. En el piloto, el patriarca de los Fisher muere en un accidente de tráfico y, a partir de ese instante, se da el pistoletazo de salida a la evolución de los personajes principales que tienen a la muerte como pan de cada día, ya que la acción se desarrolla en una funeraria, Fisher & sons.

La serie crea un universo propio y mantiene un lenguaje específico con el espectador, cómplice de la serie desde el principio y hasta el final. Sólo las grandes series pueden presumir de alcanzar este nivel de calidad y 'Six feet under' lo consiguió con holgura. Creada por Allan Ball y emitida durante cinco temporadas por la HBO, arrasó en premios, conmocionó al público y encandiló a la crítica. ¿El secreto? Tener personajes irrepetibles, nunca vistos antes en televisión. Plasmó una realidad costumbrista que intercaló con sabiduría e inteligencia el humor más negro con el drama más potente.

Los personajes de 'A dos metros bajo tierra'

Claire Fisher. Una auténtica desconocida para todos. La audiencia la conoció colocada de éxtasis el día de la muerte de su padre. No se puede pedir más. Desde entonces, la benjamín de la familia no cesó en su empeño hasta encontrarse a sí misma, en la búsqueda de un sentido vital que le habían arrebatado tras la muerte de su progenitor. A través de novios canallas y de su descubrimiento como artista Claire logra transmitir el desencanto de toda una generación. ¿Su mejor momento? Sin duda la valentía que demostró en el último capítulo de la serie. El cambio, por fin, había llegado para ella.

Nate Fisher. Llegó para pasar unos días en Navidad y termina siendo copropietario de la funeraria. Siempre optimista y con buenas intenciones, se parecía más a su padre de lo que el mismo era capaz de aceptar. Simboliza el espíritu de la serie como ningún otro personaje: hay que aprovechar la vida mientras se tiene, sí, peo también hay que arriesgarse y tener el coraje de cambiar. Nate no pudo, o no quiso, tirarse a la piscina. Su final, inesperado a la vez que impactante, produjo una auténtica revolución en el resto de personajes. Su rechazo a tener los pies sobre la tierra fue lo que le llevó a terminar bajo ella.

Ruth Fisher. La madre de los Fisher es un personaje inolvidable y que permanecerá en la memoria de todos los que hemos tenido el placer de ver la serie. Desarrolla a partes iguales dos almas: una para el hogar, donde representa el papel de madre tradicional y otra el de su propio imaginario particular e íntimo. Como su hija Claire, la matriarca evoluciona a medida que conoce al variado elenco de novios que los guionistas tenían preparado para ella y que funcionaron como réplicas, cada cual peor, de la relación que tuvo con su marido. Aún me río cuando recuerdo la escena en la que, escopeta en mano, los mata a todos en uno de sus delirios soñadores. Con voluntad de hierro y de bondad infinita, Ruth contribuye a la inmortalidad de la serie tanto como su estilismo a la moda vintage.

David Fisher. Perfeccionista y frío. Cariñoso y valiente. Así de multidimensional es David, el mediano de los hermanos Fisher y el más vulnerable de todos. Homosexual reprimido al principio y padre de familia al final, sufre en silencio todos los problemas que le acechan. A lo largo de los 63 episodios David pasa por muchos estados vitales y en cada uno de ellos el personaje brilla con luz propia, en buena medida gracias a la interpretación que hace Michael C.Hall. Estremece su escena del secuestro, un hecho que le persigue hasta el final de la serie y cuya resolución hace que el personaje acabe donde tenía que acabar: siendo el nuevo patriarca de Fisher & sons. Las relaciones personales de David se establecen desde la distancia emocional para ahorrarse dolor, pero por no por ello están exentas de amor. Por el contrario mantiene una relación de confrontación constante con Keath, su pareja durante todas las temporadas, que le empuja a mirar hacia sí mismo para que se enfrente a sus miedos, algo que David consigue tras mucho esfuerzo, pero que al final logra.

Brenda Chennoweth. Pareja de Nate y contrapunto perfecto de los Fisher. Hija de padres poco convencionales (la madre es digna de un spin-off), Brenda tiene un personalidad compleja que transforma en intenso todo lo que vive. Adicción a la marihuana, promiscuidad sexual, auto boicot permanente de su relación o un hermano enfermo mental son algunas de las situaciones a las que Brenda tiene que hacer frente y donde no en todos los casos saldrá bien parada. La química entre ella y Nate resulta explosiva y atrayente para el espectador, ya que en todo momento parecen estar al límite, a punto de saltar por los aires. Pero si Brenda supo hacer algo, al contrario que Nate, fue dejar atrás su lado más oscuro para enfrentarse a su realidad. La escena del parto, natural y cruda, es el mejor ejemplo.

'A dos metros bajo tierra' tejió a lo largo de 5 años una alambicada red de silencios, ausencias y sueños. Su onirismo, que mezcla pasado y futuro, creó un universo repleto de momentos especiales, de excelentes capítulos que culminan en un final apoteósico. Es difícil que, de nuevo, se alineen los astros y vuelva a surgir una serie como esta. Mientras tanto, esperaré unos cuantos metros bajo tierra hasta que venga algo mejor.